Economia

El milagro de Janira


La tarde en que Tomás salió de su taller nunca se imaginó que sería la última vez que vería esa vieja construcción barroca de tres pisos con ventanas en madera y vidrios opacos por las telarañas y el paso de los años, y que tampoco volvería a cruzar por la arboleda del parque Lassario colmada de cerezos y camias ni a pisotear las flores caídas por el camino de cementodesquebrajado por la raíces de los árboles. Estaba preocupado por todo el trabajo que le esperaba el día siguiente para poder entregar el pedido de doña Elvira, pensó que llamaría a Jasim y a Holmer para que lo apoyaran hasta la hora que fuera necesario, estaba preocupado también por la salud de Mabel, su esposa, que no parecía mejorar a pesar de estar siguiendo al pié de la letra el tratamientorecetado por el Dr. Mattyel experto en ese tipo de enfermedades. Su mirada se veía perdida, sus ojos siempre llorosos, y esa palidez profunda que hacía resaltar sus ojeras pronunciadas por un malestar permanente y agudo. No se levantaba mucho, sólo un rato en la mañana para ver a su hijo Fidel ir al colegio, lo miraba por la ventana sin que él se diera cuenta, con su morral rojo, su uniforme azuloscuro y zapatos de charol negros; pensaba en cuánto lo extrañaba y cuánto tiempo estaría más con él.


Fidel era un niño de 12 años, rubio, delgado y un poco retraído. Mabel lo observaba por la ventana en su andar inquieto como miraba los árboles, los antejardines de las casas vecinas, y la poca gente con la que se cruzaba en el camino, parecía conversar con ellos y a veces movía la cabeza comoasintiendo sus propios razonamientos. Era buen estudiante aunque sin ser destacado cumplía con sus tareas. Sólo algo despertaba en él un frenético entusiasmo, ¡Los Caballos!. Cuando salía de la escuela pasaba por el hipódromo a cuatro cuadras de allí donde Josué, el portero del lugar, ya lo conocía y lo dejaba entrar a las pesebreras, y pasaba tiempo contemplando los caballos y acariciando suscrines, en especial una yegua joven, Melissa, de color negro azabache la cual parecía mirarlo con complacencia como si apreciara sus caricias y preferencia por ella. Fidel estaba seguro que ella lo reconocía y que todos los días esperaba ansiosa su visita, y que algún día tendría la inmensa dicha de montarla. Nunca imaginó que su experiencia con los caballos sería lo que fue.


Antes de llegara su casa Tomás pasó por la tienda de don Plácido a comprar el orégano y la pimienta negra que le había encargado Hilda, la conserje, para preparar la perdiz, el plato favorito de Mabel. Tomás había estado de caza con sus amigos el fin de semana anterior y había traído tres perdices grandes pensando en su esposa y su hijo. Estando allí pagando el encargo observó con curiosidad dos enormescamiones viejos que inquietaron a todos los vecinos con el estruendo de sus motores y su peso que hicieron temblar los vidrios de las vitrinas de la tienda. Entre las carpas de los camiones se podía entrever algún tipo de maquinaria pesada lo cual no era un hecho normal por el lugar pues no había requerimientos de obras públicas ni construcciones que se conocieran en la comunidad, sin embargo el hechotranscurrió como algo que rompió la rutina del lugar pero que no generó tanta curiosidad como para indagar más.


La última semana de octubre se realizaba la carrera regional de caballos dónde participaban los más reconocidos jinetes del lugar. Por supuesto Fidel no quería perderse este evento y para ello tenía que convencer a Josué que lo dejara entrar ese día al hipódromo, él le explicó queno podía pues para ese tipo de certámenes reforzaban la vigilancia y los controles, que no era tan fácil como los días de rutina. Fidel llegó ese día del colegio y se sentó a la mesa con sus padres, no dijo mucho pero tampoco probó la deliciosa perdiz que había preparado Hilda. Mabel se quedó mirándolo y le preguntó:
-¿Qué te pasa hijo?, no has probado la cena.
Fidel, siempre serio e impávido...