El abogado del diablo

Páginas: 375 (93721 palabras) Publicado: 6 de enero de 2011
MORRIS WEST

El abogado del Diablo

Título original: The Devil's Advocate Edición original: William Heineanann Ltd. Traducción: María Espiñeira de Monge (1959, Morris West)

Por acuerdo con Paul R. Reynolds, Inc. (1975, Javier Vergara Editor S. A.
(De esta edición: marzo 2001, Suma de letras, S.L, Barquillo, 21. 28004, Madrid (España)

ISBN: 84-663-0239-5 Depósitolegal: B. 5.986—2001
Impreso en España - Printed ¡n Spain

Diseño de colección: Ignacio Ballesteros

Impreso por Litografía Rosés

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, ocualquier otro.

CAPÍTULO PRIMERO

Su profesión era preparar a otros para la muerte: le causaba estupor hallarse tan mal dispuesto para la suya.
Él era un hombre razonable, y la razón le decía que la sentencia de muerte del hombre está escrita en su alma el día en que nace; era un hombre frío, al que poco perturbaba la pasión ni molestaba en absoluto la disciplina; no obstante, su primerimpulso fue asirse firmemente a la ilusión de la inmortalidad.
Formaba parte del decoro de la Muerte el que llegara sin heraldos, con el rostro cubierto y las manos ocultas, a la hora en que menos se la esperaba. Podía venir lenta y suavemente, como su hermano el Sueño, o rápida y violenta, como la consumación del acto del amor, haciendo del momento de la rendición quietud y saciedad en vez deseparación desgarradora del espíritu y la carne.
El decoro de la Muerte. Eso es lo que esperan vagamente los hombres, por lo que suplican si están dispuestos a orar, lo que lamentan amargamente si saben que les será negado. Blaise Meredith lo deploraba ahora, mientras, sentado al débil sol primaveral, observaba la lenta procesión de los cisnes en el Serpentine, las parejas de enamorados sobreel césped, los perrillos atraillados que trotaban melindrosos por los senderos junto a las faldas volantes de sus dueñas.

En medio de toda esa vida —el pasto irrumpiente, los árboles estallando con savia nueva, las hojas del azafrán y del narciso, el lánguido jugueteo amoroso de los jóvenes y el vigor de los paseantes maduros—, sólo él, al parecer, estaba señalado para morir. No era posibleequivocarse sobre la urgencia e irrevocabilidad del mandato. Estaba escrito para que todos lo leyeran, no en las líneas de su mano, sino en la lámina cuadrada de un negativo fotográfico donde una pequeña mancha gris deletreaba su sentencia.
—¡Cáncer! —El dedo romo del cirujano se había detenido un momento en el centro de la mancha gris y después había continuado hacia fuera, delineando ladifusión del tumor—. Un carcinoma de crecimiento lento, pero bien establecido. He visto demasiados para equivocarme con éste.
Mientras observaba la pequeña pantalla translúcida y el dedo espatulado que se movía a través de ella, Blaise Meredith se sobrecogió con la ironía de la situación. Había empleado toda su vida enfrentando a otros con la verdad sobre sí mismos, con las culpas que lesacosaban, las concupiscencias que les rebajaban, las insensateces que les disminuían. Ahora se encontraba contemplando sus propias entrañas, donde un pequeño tumor canceroso crecía, como una raíz de mandrágora, progresivamente hasta destruirlo.
Preguntó con bastante calma:
—¿Es operable?
El cirujano apagó la luz de la pantalla reveladora y la pequeña muerte gris se desvaneció en laopacidad; luego se sentó, ajustando la lámpara del escritorio de manera que su propio rostro quedara en sombra y el de su paciente iluminado como una cabeza de mármol en un museo.
Blaise Meredith se percató del pequeño artificio y lo comprendió. Ambos eran profesionales. Cada uno, en su vocación, trataba con animales humanos. Cada uno tenía que mantener un desapego clínico para no dar demasiado de...
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