El Ciclista Del San Cristobal - Cuento Completo

Páginas: 18 (4439 palabras) Publicado: 29 de abril de 2012
Antonio Skármeta
(Antofagasta, Chile, 1940 -)
El Ciclista del San Cristobal

“...y abatíme tanto, tanto
que fui tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance...”
San Juan de La Cruz


ADEMÁS ERA EL día de mi cumpleaños. Desde el balcón de la Alameda vi cruzar parsimoniosamente el cielo ese Sputnik ruso del que hablaron tanto los periódicos y no tomé ni así tanto porque al díasiguiente era la primera prueba de ascensión de la temporada y mi madre estaba enferma en una pieza que no seria más grande que un closet. No me quedaba más que pedalear en el vacio con la nuca contra las baldosas para que la carne se me endureciera firmeza y pudiera patear mañana los pedales con ese estilo mio al que le dedicaron un articulo en “Estadio”. Mientras mamá levitaba por la fiebre, comencé apasearme por los pasillos consumiendo de a migaja los queques que me habla regalado la tía Margarita, apartando acuciosamente los trozos de fruta confitada con la punta de la lengua y escupiéndolos por un costado que era una inmundicia. Mi viejo salla cada cierto tiempo a probar el ponche, pero se demoraba cada vez cinco minutos en revolverlo, y suspiraba, y después le metía picotones con los dedosa las presas de duraznos que flotaban como náufragos en la mezcla de blanco barato, y pisco, y orange, y panimávida.
Los dos necesitábamos cosas que apuraran la noche y trajeran urgente la mañana. Yo me propuse suspender la gimnasia y lustrarme los zapatos; el viejo le daba vueltas al gula con la probable idea de llamar una ambulancia, y el cielo estaba despejado, y la noche muy cálida, ymamá decía entre sueños “estoy incendiándome”, no tan débil como para que no la oyéramos por entre la puerta abierta.
Pero esa era una noche tiesa de mechas. No aflojaba un ápice la crestona. Pasar la vista por cada estrella era lo mismo que contar cactus en un desierto, que morderse hasta sangrar las cutículas, que leer una novela de Dostoiewski. Entonces papá entraba a la pieza y lerepetía a la oreja de mi madre los mismos argumentos inverosímiles, que la inyección le bajarla la fiebre, que ya amanecía, que el doctor iba a pasar bien temprano de mañana antes de irse de pesca a Cartagena.
Por último le argumentamos trampas a la oscuridad. Nos valimos de una cosa lechosa que tiene el cielo cuando está trasnochado y quisimos confundirla con la madrugada (si me apuraban un pocohubiera podido distinguir en pleno centro algún gallo cacareando).
Podría ser cualquier hora entre las tres y las cuatro cuando entré a la cocina a preparar el desayuno. Como si estuvieran concertados, el pitido de la tetera y los gritos de mi madre se fueron intensificando. Papá apareció en el marco de la puerta.
—No me atrevo a entrar —dijo.
Estaba gordo y pálido y lacamisa le chorreaba simplemente. Alcanzamos a oír a mamá diciendo: que venga el médico.
—Dijo que pasaría a primera hora en la mañana —repitió por quinta vez mi viejo.
Yo me habla quedado fascinado con los brincos que iba dando la tapa sobre las patadas del vapor.
—Va a morirse —dije.
Papá comenzó a palparse los bolsillos de todo el cuerpo. Señal que quería fumar. Ahora lecostaría una barbaridad hallar los cigarrillos y luego pasaría lo mismo con los fósforos y entonces yo tendría que encendérselo en el gas.
—¿Tú crees?
Abrí las cejas así tanto, y suspiré.
—Pásame que te encienda el cigarrillo.
Al aproximarme a la llama, noté confundido que el fuego no me dañaba la nariz como todas las otras veces. Extendí el cigarro a mi padre, sin darvuelta la cabeza, y conscientemente puse el meñique sobre el pequeño manojo de fuego. Era lo mismo que nada. Pensé: se me murió este dedo o algo, pero uno no podía pensar en la muerte de un dedo sin reírse un poco, de modo que extendí toda la palma y esta vez toqué con las yemas las cañerías del gas, cada uno de sus orificios, revolviendo las raíces mismas de las llamas. Papá se paseaba entre...
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