El Maestro De Escuela
Lo que son los curas de pueblo.
A fines del año de 1863 me dirigía a la ciudad de San Luis Potosí, donde estaba a la sazón el gobierno de la Republica. La diputación permanente había convocado al Congreso de la Unión, y yo en mi calidad de diputado, acudía al llamamiento desde el fondo del Sur, en que me hallaba. Llegue a un pueblo deindígenas, bastante numeroso. El alcalde del lugar vino a buscarme a mi alojamiento, en unión del cura.
Era el cura un sujeto parecido en moral a todos los de su especie. Llegamos al curato, que era evidentemente la mejor casa del pueblo, y que ofrecía todas las comodidades apetecibles, que en vano se habrían buscado en las casas pobres de los indígenas. Grandes y decentes departamentos, un gran patiocon jardín y agua, caballerizas, pesebres, en donde el digno eclesiástico encerraba a sus vacas y borregos, gran cocina donde trabajaba una crecida servidumbre la cual era dada por el pueblo, según las costumbres tradicionales. Por ultimo, el señor cura me enseño sus piezas que eran tres: la despensa, donde había un rico surtido de vino extranjeros y del país, el oratorio tenia una virgencita enun altar coqueto, y su despacho donde había un estante con algunos libros vulgares de teología moral, historia eclesiástica, cánones, y sermones, juntamente con algunas de las mas bonitas novelas de Pablo de Kock, que él se apresuró a ocultarme cuando iba yo a examinarlas.
-He aquí -me dijo -, el lugar donde paso algunas horas entregado al estudio, cuando me lo permiten las constantes y arduasfatigas de mi penoso ministerio. ¡Ay, amigo mio!, ¡y que rudo es el trabajo de un pastor de almas, particularmente en estos pueblos! Y sobre todo, ¡que vida!, ¡que vida! Voy a ofrecerle a usted una copita de algo; ¿Qué quiere usted? Me veo obligado a tener siempre un surtido de algunas cosas indispensables para hacer más agradable la vida. Luego le presentare a usted a las únicas personas que meacompañan en este destierro, y que me asisten en mis enfermedades y me consuelan mis cuitas.
El cura fue a su bodega y volvió con una botella de coñac viejo, y otra de rico jerez. Un momento después se presento una criada joven graciosísima, de ojos bailadores y de dientes de perlas, vestida con sus enaguas de muselina, su camiseta de holanes, y la correspondiente mascada de la india cruzadasobre el pecho. Esta criadita traía las copas, vasos de agua, y un frasco de oloroso barro, todo lo cual deposito en la mesa, y aguardo con los ojos bajos las ordenes del ministro del Señor.
La criadita salió, y apenas el cura había servido tres copas para el, para el alcalde, y para mi, cuando aparecieron dos hermosas muchachas morenas, de ojos negros y grandes, lindas como un sol y ligerascomo corzas. Una de ellas se hallaba en estado interesante. La otra parecía mas joven, y tenía un semblante tan bonito como picaresco.
-Aquí tiene usted señor diputado –me dijo-, a estas caras prendas de mi alma, a estos tesoros de virtud que tienen la resignación de hacerme compañía en este destierro. Son dos sobrinas mías, hijas de una hermana que murió hace tiempo.
Esta es casada; pero sumarido anda en la campaña, la pobrecita no ha tenido mas refugio que yo que la he recogido con sus dos chiquitos y el que esta por venir.
Esta otra, es Teresita su hermana, inocente como una paloma, y que comulga todos los días. El Señor la ha puesto en mis manos para salvarla de los peligros a que su hermosura y candor la exponían en ese mundo pícaro en que iba a quedar abandonada.
Yo, enunión del gravedoso alcalde indígena, bebí a su salud, y el curita les paso su copa para que probaran el jerez, lo que ellas hicieron mortificadas. Pero tranquilizándose a poco, sentáronse, y el cura, llamando a un topile, le mandó que fuera a decir al preceptor que cerrara la escuela, y se viniese a acompañar a las niñas con la guitarra.
-Cantan las niñas, señor, cantan y tienen una voz...
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