El Padrino
Connie Corleone no era una belleza.Delgada y nerviosa, tenía todas las probabilidades de convertirse en una vieja gruñona. Pero ese día, con su blanco vestido de novia y su aire virginal, parecía casi hermosa. Bajo la mesa de madera, sumano descansaba sobre uno de los fuertes muslos de Carlo, mientras sus gruesos labios de Cupido enviaban un beso al que ya era su marido. Encontraba a Carlo increíblemente guapo.
Muy joven todavía,Carlo Rizzi había trabajado de bracero en Nevada, y como recuerdo de aquellos años poseía unos brazos tremendamente musculosos y unos hombros que amenazaban con romper el esmoquin. Contempló losamorosos ojos de su esposa y le sirvió vino. Se mostraba afectadamente cortés con ella, como si estuviera representando una comedia. Sin embargo, los ojos se le iban con frecuencia hacia la bolsa de sedaque la novia llevaba en el hombro derecho, y que ya estaba llena de sobres de dinero. ¿Cuánto habría? ¿Diez mil? ¿Veinte mil? Carlo Rizzi sonrió. Era sólo el principio. Después de todo, ahora formabaparte de la familia. Tendrían que mantenerlo.
Entre los invitados, un apuesto joven cuya cabeza semejaba la de un hurón, tenía también los ojos fijos en la bolsa de seda. Por puro hábito, Paulie...
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