el retrato de dorian gray
Percibió la alarma de alerta en su cerebro.Respondió casi de inmediato. —No. Disculpe... lo siento... —echó a caminar tratando de alejarse. —Hey, ven acá, José Carlos... Se detuvo. ¿Cómo sabía su nombre? Giró el cuerpo muy despacio. Mario, uno de los compañeros más gallardos de su salón, había salido por la puerta trasera del vehículo. El conductor también había bajado del auto y encendía un cigarrillo con gesto de suficiencia. —¡Ratón debiblioteca! —dijo Mario—, no tengas miedo, sube al coche... El señor es profesor de biología y vende algunos productos para jóvenes. Quiere que lo llevemos a la escuela. Anímate. Acompáñame. Tragó saliva. —¿Qué productos? —Sube, no seas cobarde. Ya te explicaremos. —Pe... pero tengo algo de prisa. ¿De qué se trata exactamente? —Es largo de contar —intervino el hombre—; te interesará. Además, alterminar la demostración te daré un premio eco nómico. A José Carlos no le faltaba dinero, pero tampoco le sobraba. Para conquistar a una chica como la recién llegada a la escuela se necesitaban recursos; por otro lado, Mario era un donjuán, sabía desenvolverse con las mujeres y sería interesante con vivir con él para aprender. ¿Qué riesgos había? El vendedor de productos no parecía tener malasintenciones. Cuando se percató de su error de apreciación ya era demasiado tarde. Un viento helado silbaba en la ranura de la ventanilla hacien do revolotear su ropa. Quiso cerrar el vidrio por completo y movió la manivela, pero ésta dio vueltas sin funcionar. —¿Cuántos años tienes? —Quince. —¿Cómo vas en la escuela? —Pues... bien... muy bien. —No me digas que te gusta estudiar. Le miró a la cara.Conducía demasiado rápido, como si co nociese la colonia a la perfección. —Sí me gusta, ¿por qué lo pregunta? —Eres hombre... supongo. Aunque te guste estudiar, pien sa. Seguramente no te gusta tanto y el trabajo que te voy a proponer es mucho más satisfactorio. Algo que le agradaría a cualquiera. —¿El trabajo? ¿Cuál trabajo? ¿No es usted profesor de biología? ¿No vende productos? Mire... laescuela es por allí. —Ah, sí, sí, lo había olvidado, pero no te preocupes, conozco el camino. Percibió un sudor frío. “¡Estúpido!”, se repitió una y otra vez. Había sido engañado. Giró para ver a Mario, pero éste parecía encontrarse en otro mundo. Hojeaba unas revistas con la boca abierta. —No te asustes, quiero ser tu amigo —el hombre sonrió y le dirigió una corta mirada; de lejos, su saco y corbata leayuda ban a aparentar seriedad, pero de cerca, había algo anormal y desagradable en su persona; era un poco bizco, tenía el cabello lacio y grasoso—. Confía en mí, no te obligaré a hacer nada que te desagrade. —Regréseme a donde me recogió. —Claro. Si no eres lo suficientemente maduro para el trabajo te regresaré, pero no creo que haya ningún problema; supongo que te gustan las mujeres, ¿o no?...
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