El Salón Dorado

Páginas: 14 (3378 palabras) Publicado: 9 de julio de 2013
El SALÓN DORADO
Un cuento de Manuel Mujica Láinez
1904
Hace cinco días que la niña Matildita dejó de existir, y el salón dorado en el cual tan poco lugar ocupaba, trémula con su bordado eterno en el rincón de las vitrinas, parece aun más enorme, como si la ausencia frágil acentuara la soledad de los objetos allí reunidos, allí convocados misteriosamente por ese congreso de la fealdad lujosaque se realiza en las grandes salas viejas. Y sin embargo nada cambió de sitio. Nada ha cambiado en el salón de encabritadas molduras en el curso de los últimos quince años, desde que a él llevaron el lecho imposible de doña Sabina, todo decorado con pinturas al "Vernis Martin”, y desde que en él se instaló, erguida sobre las almohadas, la anciana señora. Todo está igual: la chimenea de mármoles ybronces; los bronces y mármoles distribuidos sobre mesas y consolas; las porcelanas tontas de las vitrinas; los cortinajes de damasco verde que ciñen la diadema victoriana de las cenefas; y los muebles terribles, invasores, prontos siempre a la traidora zancadilla, que alternan el dorado con el terciopelo y cuyos respaldos y perfiles se ahuecan, se curvan, se encrespan y se enloquecen con laprolijidad de los ornamentos bastardos.
La presencia de la cama ha dejado de inquietar a sus vecinos numerosos. En quince años tuvieron tiempo de habituarse a ella y al hecho de que su incorporación haya transformado al cuarto en algo híbrido algo que no es totalmente ni sala ni dormitorio. Merced a ese traslado, la sala que sólo se abría de tarde en tarde, para las recepciones, alcanzó unaexistencia de inesperada novedad. En ella, a lo largo de tres lustros, tres personas han convivido: doña Sabina en el lecho distante, como un soberano en su trono; la niña Matildita junto al bastidor, cerca de la chimenea en invierno, cerca de la ventana cuando el calor apretaba; y Ofelia, el ama de llaves, entrando y saliendo, sin acomodar mucho porque la señora no quiere que toquen sus cosas. Y nadiemás: en quince años, salvo algunas visitas espaciadas, salvo uno que otro médico, nadie ha entrado en la sala de la calle San Martín. La sordera creciente de doña Sabina terminó por aislarla. Y su carácter también: en carácter autoritario, egoísta, celoso, quejoso. De tal manera que la vida infundida por las tres mujeres al ancho aposento, ha sido curiosamente estática como si ellas también fuerantres muebles extraños sumados a la barroca asamblea.
La niña Matildita bordaba; la señora leía; 0felia atizaba el fuego, aparecía con el juego de té de plata, corría las cortinas al crepúsculo. La niña Matildita bordaba siempre flores y pájaros sobre unas pañoletas; la señora leía, entre hondos suspiros, novelas que se titulaban Los misterios de la inquisición o La verdad de un epitafio o LaMarquesa de Bellaflor o La virgen de Lima. A veces levantaba los párpados venosos, porque adivinaba a su lado al ama de llaves. Había aprendido a entender lo que le decían, por el movimiento de los labios. Doña Sabina daba una orden. Ella las daba todas. Su sobrina -la niña Matildita nada podía, nada significaba en el salón. Y así durante un día que se prolongó quince años, desde que la señora sufrióaquel gravísimo ataque que la mantuvo oscilando catorce meses entre la muerte y la vida, hasta que la vida triunfó y, paralizada, sorda, la condujeron al salón cuyas ventanas abren sobre la calle San Martín.
La idea fue del doctor Giménez, el médico joven que entonces la atendía. Puesto que no podría abandonar su aposento, después de tan larga e intensa lucha con la muerte, lo mejor era que pasarasus horas en el cuarto que más quería, aquel en el cual había concentrado más recuerdos. De esa suerte no tendría la impresión de estar encerrada en su alcoba, sino de continuar presidiendo su salón de fiestas. A doña Sabina la idea le gustó. Le gustaba cuanto tendía a rodearla de una aureola de extravagancia, de capricho, de exclusividad. Eso era ella: exclusiva, distinta. Por ello, en vez de...
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