el socio john grisham
EL SOCIO
John Grisham
Capítulo 1
Lo encontraron en Ponta Porá, una bonita población brasileña cercana a Paraguay, en
una zona que aún se conoce con el nombre de La Frontera.
Lo encontraron instalado en una casa umbrosa de ladrillo de Rua Tiradentes, una gran
avenida con un paseo arbolado en el centro y un ejército de mocososdescalzos que jugaban
al fútbol sobre las losas ardientes de las aceras.
Lo encontraron solo, por más que buscaron durante los ocho días en que permanecieron
al acecho, sin otra compañía que la de una empleada doméstica que entraba y salía de la casa
de vez en cuando.
Lo encontraron rodeado de todo lo necesario para llevar una vida confortable pero ni
mucho menos lujosa.
La casa eramodesta, no mayor que la de cualquier comerciante del lugar, y el coche que
conducía, un escarabajo Volkswagen salido de las cadenas de montaje de Sao Paulo en
1983, lo mismo que otro millón de vehículos iguales. La carrocería era roja y brillaba de puro
limpio. De hecho, la primera fotografía se la hicieron precisamente mientras enceraba el coche
junto a la verja donde acababa el corto camino deacceso a la casa.
Lo encontraron bastante más delgado, bastante por debajo de los cien kilos que
arrastraba en su última aparición, con el pelo y la tez más oscuros, el mentón más cuadrado y
la nariz más respingona. Una sutil operación de camuflaje facial. El cirujano de Río que se la
había practicado hacía dos años y medio se había avenido a compartir dicha información a
cambio de un nadamódico soborno.
Lo encontraron tras cuatro años de búsqueda tediosa pero diligente, cuatro largos años
de callejones sin salida y pistas falsas, de tirar por la borda dinero ganado honradamente
invirtiéndolo en recuperar un dinero obtenido, según todas las apariencias, de forma ilícita.
Pero lo encontraron. Y supieron esperar. Al principio sintieron la tentación de actuar de
inmediato, de drogarloy trasladarlo a algún lugar remoto de Paraguay, de capturarlo y evitar
el riesgo de ser descubiertos o de despertar sospechas en el vecindario. Sin embargo, y pese
a que la exaltación de los primeros momentos los empujaba a poner manos a la obra, al cabo
de un par de días los ánimos ya se habían serenado y todo recomendaba paciencia. Se dedicaron
a merodear por Rua Tiradentes vestidos demanera que se los confundiera con la
población autóctona. Bebieron té a la sombra, se resguardaron del sol, comieron helados y
hablaron con los chiquillos del barrio sin perder de vista la casa en cuestión. Lo siguieron
cuando fue de compras al centro y lo fotografiaron desde el otro lado de la calle cuando bajó
a la farmacia. Se pegaron a él en el mercado y lo oyeron hablar con el dependiente delpuesto
de la fruta. Su portugués era casi perfecto, con apenas el rastro de acento que se resiste a
abandonar a norteamericanos y alemanes cuando éstos se empeñan en dominar una lengua
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extranjera. La expedición al centro fue breve, ya que, una vez avituallado, regresó a casa con
celeridad y, sin entretenerse, cerró tras de sí la verja de su propiedad. La excursión bastó, sin
embargo,...
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