Elogio De La Locura
Habla la estulticia(1)
Capítulo I
Diga lo que quiera de mí el común de los mortales, pues no ignoro
cuán mal hablan de la Estulticia incluso los más estultos, soy, empero,
aquélla, y precisamente la única que tiene poder para divertir a los
dioses y a los hombres. Y de ello es prueba poderosa, y lo representa bien, el que apenas he comparecido ante esta copiosa reunión para
dirigiros la palabra, todos los semblantes han reflejado de súbito nueva e
insólita alegría, los entrecejos se han desarrugado y habéis aplaudido con
carcajadas alegres y cordiales, por modo que, en verdad, todos los
presentes me parecéis ebrios de néctar no exento de nepente, como los
dioseshoméricos, mientras antes estabais sentados con cara triste y
apurada, como recién salidos del antro de Trofonio(2).
Al modo que, cuando el bello sol naciente muestra a las tierras su
áureo rostro, o después de un áspero invierno el céfiro blando trae nueva
primavera, parece que todas las cosas adquieran diversa faz, color
distinto y les retorne la juventud, [24] asíapenas he aparecido yo,
habéis mudado el gesto. Mi sola presencia ha podido conseguir, pues, lo
que apenas logran los grandes oradores con un discurso lato y meditado
que, a pesar de ello, no logra disipar el malhumor de los ánimos.
Capítulo II
En cuanto al motivo de que me presente hoy con tan raro atavío, vais
a escucharlo si no os molesta prestarmeoídos, pero no los oídos con que
atendéis a los predicadores, sino los que acostumbráis a dar en el mercado
a los charlatanes, juglares y bufones, o aquellas orejas que levantaba
antaño nuestro insigne Midas para escuchar a Pan.
Me ha dado hoy por hacer un poco de sofista ante vosotros, pero no de
esos de ahora que inculcan penosas tonterías en los niños y los enseñana
discutir con más terquedad que las mujeres. Imitaré, en cambio, a los
antiguos, que para evitar el vergonzoso dictado de sabios prefirieron ser
llamados sofistas. Se dedicaban éstos a celebrar las glorias de los dioses
y los héroes. Por ello, vais a oír también un encomio, pero no el de
Hércules ni el de Solón, sino el de mí misma, el de la Estulticia.
Capítulo III
No tengo por sabios a esos que consideran que el alabarse a sí mismo
sea la mayor de las tonterías y de las inconveniencias. Podrá ser necio si
así lo quieren, pero habrán de confesar que es también oportuno. ¿Hay cosa
que más cuadre sino que la misma Estulticia sea trompetera de sus
alabanzas y cantora de sí? ¿Quién podrá describirme mejor [25] que yo? A no ser que por acaso me conozca alguien mejor que yo misma. Sin embargo,
me creo mucho más modesta que esta tropa de magnates y sabios que,
trastrocado el pudor, suelen sobornar a un retórico halagador o a un poeta
vanilocuo y le ponen sueldo para escucharle recitar sus alabanzas, que no
son sino mentiras. El elogiado, aun fingiendo rubor, hace la rueda y
yerguela cresta, como el pavo real, mientras el desvergonzado adulador
equipara con los dioses a aquel hombre de nada y le presenta como absoluto
ejemplar de toda virtud, aun sabiendo que dista mucho de cualquiera de
ellas, que está vistiendo a la corneja de ajenas plumas, blanqueando a un
etíope o haciendo de una mosca elefante. En resumen, me atengo a aquel
viejo proverbiodel vulgo que dice que «hace bien en alabarse a sí mismo
quien no encuentra a otro que lo haga».
Sin embargo, declaro que me asombra la ingratitud o la indiferencia
de los mortales, pues aunque todos me festejen celosamente y reconozcan de
buen grado mi bondad, jamás ha habido ninguno en tantos siglos que haya
celebrado las glorias de la Estulticia en un...
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