Entre máscaras y verdades

Entre máscaras y verdades.
Por Karen Marlen Osorio
Twitter: @KarenMarOsorio

Es casi inevitable que por estos tiempos en Barranquilla no se hable, cante, comente o escriba sobre carnaval.Barranquilla vive en función de la fiesta más importante de la ciudad. Una celebración que más que ser una “excusa para irse de rumba”, es la máxima expresión de la cultura y del ser barranquillero. Tal ycomo lo expresó el sociólogo Edgar Rey Sinning en el título de su obra, el carnaval es “La segunda vida de un pueblo”. Es la justificación de un comportamiento ajeno al que tenemos en cualquier otraépoca del año. Basta con colocarse una máscara, un antifaz, o cualquier otro objeto, para que no sólo cubra nuestro rostro si no nuestras vergüenzas, miedos, prejuicios…
El Carnaval es una herramientaque deberíamos utilizar todos, para conocer verdaderamente a los demás. No verlo solo como la época del desorden y los excesos, sino como el único momento del año en el que están permitidas lasprohibiciones, lo absurdo, lo ilógico, lo inadmisible. Un momento en el que la sátira y la burla son el arma de los que no tienen voz en otro tiempo del año, en el que una Reina es tan respetada como elAlcalde o cualquier alto mando, en el que contemplar como espectador o participar como protagonista resulta teniendo el mismo goce. Es una época en la que no sólo notamos la transgresión de los habitantesde la ciudad, sino de los escenarios de la misma: La vía 40, sector industrial, en el que en otra época el único sonido que produce es el de las máquinas de las fábricas del mismo, se convierte en elCumbiódromo, para darle paso a la tambora, al llamador, a la flauta de millo, al tambor alegre y al sin número de danzas, comparsas, disfraces, reyes y reinas que desfilan en los grandes eventos.Barranquilla se convierte en un gran escenario que acoge a propios y foráneos con un solo fin: El de vivir la fiesta en su máximo esplendor. Aquí los paisas, cachacos, vallecaucanos, pierden ese...