Esa tarde ...

Esa Tarde...

Por Alonso Riobó Rubio

Esa tarde todo el mundo sabía que algo raro iba a ocurrir. Nadiepodía precisar de qué se trataría, pero era evidente que esa tarde no iba a ser como solían ser las tardes de agosto. Y es que la mañana tampoco había sido normal. Esa mañana llovió, y en el pueblonunca antes había llovido un domingo de agosto por la mañana. Fue por eso que las gentes del pueblo aplazaron el almuerzo, pues el temor que se había apoderado de ellas les llenaba el estómago como sihubieran tragado decenas de cubos de hielo.

Las calles, siempre llenas de hombres y niños que iban y venían, esta vez estaban solas. Ni siquiera el que vendía la leña que cargaba penosamente unviejo burro quiso salir. Y es que para qué salía si estaba seguro de que esa tarde nadie le compraría la leña.

Justo a las 4:00, cuando empezaron a cantar los dos Alcaravanes que había traído consigode Birmania un italiano trotamundos recientemente llegado al pueblo, las calles se llenaron de miradas. De los postigos de las ventanas de todas las casas salían en tropel las miradas de losmoradores del lugar. Rápidamente los postigos no fueron suficientes para tantos ojos y entonces fueron las rendijas las que dieron paso a las miradas, y no faltó quienes se tendieran en el piso para otear pordebajo de la puerta.

La tensión crecía en medio del silencio. Nunca antes había habido tanto silencio allí, parecería que todo el silencio del mundo se hubiera concentrado esa tarde en ese lugar.Tal vez fue el silencio el que espantó a las aves, pues hasta los loros que llevaban varios días agotando la cosecha del mango que daba sombra al atrio de la iglesia habían huido sin rumbo conocido.El único que esa tarde almorzó puntual fue el sacristán, y eso acabó de poner nerviosa a la “guisandera” de la casa cural, pues desde el día que el sacristán cumplió los setenta años había perdido...