etica
A primera vista, puede parecer que ésta es una afirmación muy paradójica. Porque, ciertamente, nos comprometemos en disputas que suelen considerarse como disputas acerca de cuestiones de valor. Pero, en todos esos casos, si consideramos la cuestión atentamente, encontramos que la disputa no es realmente acerca de una cuestiónde valor, sino acerca de una cuestión de hecho. Cuando alguien discrepa de nosotros acerca del valor moral de una determinada acción o clase de acción, generalmente acudimos al razonamiento, a fin de ganarle para nuestro modo de pensar. Pero no intentamos demostrar mediante nuestros argumentos que él tiene el sentimiento ético «injusto» respecto a una situación cuya naturaleza ha captadocorrectamente. Lo que tratamos de demostrar es que está equivocado acerca de los hechos del caso. Argüimos que ha interpretado mal los motivos del agente: o que ha juzgado mal los efectos de la acción, o sus probables efectos en vista del conocimiento del agente; o que no ha alcanzado a considerar las especiales circunstancias en que el agente se encontraba. O bien empleamos argumentos más generalesacerca de los efectos que las acciones de un cierto tipo tienden a producir, o las cualidades que habitualmente se manifiestan en su realización. Hacemos esto, con la esperanza de que sólo tenemos que conseguir que nuestro oponente esté de acuerdo con nosotros acerca de la naturaleza de los hechos empíricos, para que él adopte la misma actitud moral de nosotros acerca de ellos. Y como las gentes conquienes discutimos han recibido, por lo general, la misma educación moral que nosotros, y viven en el mismo medio social, nuestra esperanza suele estar justificada. Pero si ocurre que nuestro oponente ha experimentado un proceso de «condicionamiento» moral distinto del nuestro, de modo que, aun cuando conozca todos los hechos, sigue todavía en desacuerdo con nosotros respecto al valor moral delas acciones que se discuten, entonces abandonamos el intento de convencerle con razones.
Decimos que es imposible discutir con él, porque ha tergiversado o no ha desarrollado el sentido moral; lo cual significa, sencillamente, que utiliza un sistema de valores diferente del nuestro. Comprendemos que nuestro propio sistema de valores es superior, y por eso hablamos del suyo en términos taninapelables. Pero no podemos formular razones para demostrar que nuestro sistema es superior. Porque nuestro juicio de que es así constituye, en sí mismo, un juicio de valor, y, por lo tanto, se halla fuera del alcance del razonamiento. Y porque el razonamiento nos es inútil cuando pasamos a tratar puras cuestiones de valor, como distintas de las cuestiones de hecho, es por lo que acabamos recurriendoal simple desprecio.
En resumen, encontramos que el razonamiento acerca de cuestiones morales sólo es posible si se presupone algún sistema de valores. Si nuestro oponente coincide con nosotros en expresar su desaprobación moral de todas las acciones de un tipo dado t, entonces podemos inducirle a condenar una acción particular A, aportando argumentos para demostrar que A es del tipo t.Porque la cuestión de si A pertenece o no pertenece a ese tipo es, claramente, una cuestión de hecho. Dado que un hombre tiene determinados principios morales, argüimos que, para ser consecuente, su reacción moral ante determinadas cosas tiene que ser de determinado modo. Lo que no hacemos ni podemos hacer es argüir acerca de la validez de esos principios morales. Sencillamente, los elogiamos olos condenamos, a la luz de nuestros propios sentimientos.
Si alguien duda de la exactitud de esta descripción de las disputas morales, que trate de construir siquiera un razonamiento imaginario sobre una cuestión de valor que no se reduzca a un razonamiento acerca de una cuestión lógica o acerca de una realidad empírica. Estoy seguro de que no conseguirá ni un solo ejemplo. Y, si es así, debe...
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