Giconda belli
Las casas del pueblo tienen paredes anchas. La calle principal sube hacia la iglesia, una calle de piedrasy lodo. Nada de asfalto en este lugar perdido. Frente a la iglesia, hay un círculo de madera, un estadio rudimentario donde los domingos hay peleas de gallos y corridas de toro sin muertes, ni sangre; corridas de toro donde se monta al toro solamente y gana el que se queda montado más tiem¬po mientras el animal corcovea. Empieza a clarear y cantan las gallinas en los patios. En el campamento delos gitanos duermen todos menos el hombre que piensa dón¬de estarán la mujer y la hija. No se mueve. Lo piensa y le enfurece estarse preocupando por los arranques de ella. No la irá a buscar. Aparecerá. No duda de que regresarán las dos, hasta que amanece y los hombres salen de los carro¬matos, las otras mujeres se levantan y él sabe que llegó la hora de partir. Los gitanos no esperan. No puedenespe¬rar. Tienen que seguir camino. El, remolón, atrasa la par¬tida. Los tíos ancianos vienen y le preguntan por la mujer y la hija, pero él no sabe y dice que no importa; ella de¬cidió irse con los suyos, buscarlos. Se llevó a la niña. ¿Qué hacemos?, le preguntan y él contesta: ¿y qué vamos a hacer? En el camino las buscaremos. Hay que partir. Yo no atraso.
En los vericuetos del amor se pierde laniña; para siempre él creerá que se fue con ella; ella pensará que está con él.
El pueblo recién despierto ve pasar a los gitanos con sus carromatos. Ya ninguno es tan viejo para recordar los relatos de perdidos abuelos que hablaban del paso de los «húngaros» por Nicaragua. Piensan que son cosas nuevas que trajo la revolución, cosas raras que trajo la re¬volución, como el circo ruso y loscantantes búlgaros y los rubios que no son gringos. Los hombres y las mujeres del pueblo ven pasar a los hombres y mujeres gitanos. Temen las leyendas y la ausencia de raíces. «Son como el judío errante» dice Patrocinio y se persigna; «pongámosle can¬delas a la Virgen», dice, «vamos a la iglesia». Y salen las mujeres del pueblo a rezar en el sereno de la mañana. Ca¬minan despacio sobre el polvo que dejanlas carretas que pasan por la calle principal. Van en fila caminando por la acera, volteando la cabeza para mirar los carromatos que se alejan, ven al hombre que va en el último carromato, volteando también la cabeza, mirando, buscando con la mirada, permitiéndose por fin la expresión de angustia, el dolor por la hija, y allá, apenas esbozada, la tristeza por la mujer que ama odiando.
Xintal,...
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