Hungaros

Húngaros

Alberto Conejero López

Dicen que ha llegado un extranjero, un encantador de la tierra de Lidia, perfumado su cabello de rubios rizos y con los oscuros encantos de Afrodita en su mirada, y que de día y de noche va seduciendo a nuestros jóvenes con ritos de evohé. Bacantes, Eurípides

PERSONAJES
EL HÚNGARO EL HIJO, de un primer matrimonio. LA HERMANA, del segundo matrimonio. LAMADRE, propietaria de los invernaderos.

El signo / en los diálogos indica que la réplica siguiente se sobrepone a la inmediatamente anterior

LUGARES DEL DRAMA
LA
CASA:

Una antigua alquería en una nueva ciudad industrial, reformada

innecesariamente en multitud de ocasiones. Desde la azotea, un mar de antes y de sábanas conduce a las afueras y allí los invernaderos, como bloques dehielo sobre la tierra roja. LOS INVERNADEROS: Estructuras de metal ligero y plástico. Rodeadas de armaduras de electricidad y construcciones de cemento armado. Desde el interior, láminas traslúcidas que provocan violentos cambios de luz y que convierten el sonido de la respiración de los trabajadores en un estruendo sordo. LA
NAVE:

Antiguo almacén de fertilizantes y herramientas. Alquilado por lospropietarios a la mano de obra ocasional LAS
ALAMBRADAS:

Empalizadas de espino. Al contrario que los muros permiten ver

aquello que prohíben y son fácilmente trasladables.

En escena todos los espacios se sobreponen los unos a los otros, ahogándose, mezclándose hasta formar un único paisaje: plástico y cemento, tierras y ventanas que se cierran de golpe. Y las alambradas rodeándolotodo.

NOTA: Esta obra tuvo una ya lejana primera redacción que fue publicada en la revista Primer Acto. He sentido la necesidad de regresar a ella y de rescribir muchas de sus escenas y diálogos en diciembre de 2010, en Madrid.

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PRÓLOGO A MAGYAR A DRÓTHÁKADÁLYÓKBAN1

Las luces encendidas de un coche atraviesan a duras penas la noche cerradas. EL
HÚNGARO,

con una pala en las manos,se detiene junto a las alambradas. Tiene las

manos y las ropas llenas de tierra. La lluvia, al caer sobre su cara, extiende el barro por las mejillas, convirtiendo su rostro en una máscara agrietada.

EL HÚNGARO.- Escúchame. El carnicero. Aquel gordo alemán que nos sonreía detrás del mostrador, con el delantal y las encías llenas de sangre. Nos sonreía. Acariciaba su tripa de perdedor en elmejor de los lados o de ganador en el peor de los lados, le daba igual, decía, porque era carnicero y no distinguía la guerra de lo que no era la guerra. Una vez al mes o una vez cada dos meses, cuando entre mi hermano y yo reuníamos la cantidad que empieza a ser considerada dinero, atravesábamos nuestra ciudad, la remendada Drebecen, pisoteada por los tanques, manchada por el barro de tantosejércitos que ya no recordábamos qué color tenía el suelo de nuestras calles; la atravesábamos para llegar delante del mostrador de aquel gordo alemán. Nos plantábamos delante del mostrador y veíamos cómo cortaba la carne con el pulso de un cirujano, hijo de puta alemán carnicero. Nosotros con la boca llena de saliva, deseando quitarle el cuchillo y asesinarlo. Él lo sabía, por eso sonreía acariciándosela tripa. Por eso sonreíamos nosotros. “Amigos”, nos decía, “aquí tenéis vuestro filete, su porción de la otra Europa jugosa y blanda”. Hasta que una tarde el gordo alemán carnicero nos hizo pasar al cuartillo en el que se echaba la siesta y llevaba la cuenta. “Pasad, amigos” dijo con la boca más abierta que nunca, las encías llenas de sangre, el blanco de los ojos lleno de sangre. Apestaba agüisqui, le apestaban las axilas de fanfarrón en el lado equivocado. Tenía una foto de Elizabeth Taylor colgada junto a la de Hitler. Sonreía, con la dentadura perfecta, la mirada seductora, como diciendo: “¿A qué esperas para llevarme a la cama?”. Era un

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N.A. Algunos títulos de escena y parlamentos están escritos en húngaro. Este primero: El húngaro en las alambradas. Agradezco a Beata...