Ipler

Páginas: 18 (4354 palabras) Publicado: 10 de octubre de 2014
 

 

 

MI QUERIDA ESPOSA

Roald Dahl

cuento publicado en “Relatos de lo inesperado”

(Tales of the Unexpected, 1979)

 

 

Durante muchos años he tenido la costumbre de echar la siesta después de la comida. Me siento en un sillón en el cuarto de estar, apoyo la cabeza en un cojín y los pies en un pequeño taburete de piel y leo hasta quedar dormido.

Aquel viernes por latarde yo estaba cómodamente en mi sillón con un libro en las manos: El género de los lepidópteros diurnos, cuando mi esposa, que nunca ha sido una persona silenciosa, comenzó a hablarme desde el sofá de enfrente...

—Estas dos personas. ¿A qué vienen?

No contesté, ella repitió la pregunta, esta vez más fuerte. Le dije cortésmente que lo ignoraba.

—No me gustan demasiado —dijo ella—,especialmente él.

—Sí, querida, tienes razón.

—Arthur, digo que no me gustan demasiado. Bajé mi libro y la miré. Estaba recostada en el sofá, hojeando las páginas de una revista de modas.

—Sólo les hemos visto una vez —dije.

—Un hombre horrible; siempre gastando bromas, contando chistes y cosas por el estilo.

—Estoy seguro de que te llevarás muy bien con ellos, querida.

—Ella también esterrible. ¿Cuándo crees que llegarán?

—Hacia las seis, supongo.

—Pero ¿no te parecen horribles? —me volvió a preguntar.

—Pues...

—Son horribles, de veras.

—Ahora ya no podemos volvernos atrás, Pamela.

—Son de lo peor —dijo ella.

—Entonces, ¿por qué los invitaste?

La pregunta me salió espontáneamente y me arrepentí en seguida porque me he hecho el propósito de no provocar ami esposa, sí puedo evitarlo. Hubo una pausa. Yo la observaba, esperando una respuesta.

Observaba su cara que era algo tan querido y fascinante para mí. Había ocasiones en las que no podía dejar de mirarla. A veces, por las noches, cuando ella bordaba o pintaba aquellos intrincados cuadros de flores, su cara resplandecía de tal manera que le daba una belleza incomparable y yo me sentaba frentea ella, mirándola, minuto a minuto, pretendiendo leer. En ese momento, en aquella mirada airada, la frente arrugada, tenía que admitir que había algo majestuoso en esta mujer, algo espléndido, magistral; era mucho más alta que yo, pero se la podría considerar más bien grande que alta.

—Sabes muy bien por qué los invité —contestó duramente—; sólo por el bridge. Juegan maravillosamente y sondecentes apostando.

Levantó sus ojos y vio cómo la observaba.

—Bien —dijo—, tú también piensas así, ¿verdad?

—Bueno, claro, yo...

—No seas tonto, Arthur.

—La única vez que los he tratado me parecieron muy simpáticos.

—También el carnicero es simpático.

—Pamela, querida, por favor. No nos compliquemos la vida.

—Oye —dijo, dejando la revista en su regazo—, tú sabes igual que yola clase de gente que son. Un par de estúpidos arribistas que creen poder ir a cualquier sitio porque saben jugar bien al bridge.

—Estoy seguro de que tienes razón, querida, pero no veo por qué...

—Te lo estoy diciendo, para jugar una buena partida. Ya estoy cansada de hacerlo con principiantes. Pero no veo por qué tenemos que tener a esa gente en casa.

—¡Claro que no, querida, pero ya esun poco tarde ahora...!

—¿Arthur?

—¿Sí?

—¿Por qué diablos tienes que discutir siempre conmigo? Tú sabes que te gustan tan poco como a mí.

—No te preocupes, Pamela, después de todo parecían gente bien educada.

—Arthur, no seas ridículo.

Me miraba duramente con sus grandes ojos grises y para evitarlos —a veces me hacían sentir desasosegado— me levanté y salí por la puerta quellevaba al jardín.

El césped que había frente a la casa había sido segado recientemente, rayado con diferentes tonos verdes. Al lado del césped, las flores daban un tinte de color que contrastaba con los árboles del fondo. También las rosas estaban en flor, y las begonias escarlata, y toda clase de flores de múltiples colores.

Uno de los jardineros volvía de comer por el sendero. A través de...
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