juan de la rosa

Páginas: 12 (2867 palabras) Publicado: 21 de julio de 2014
Rosita, la Linda Encajera, cuya memoria
conservan todavía algunos ancianos de la Villa
de Oropesa, que admiraron su peregrina
hermosura, la bondad de su carácter y las
primorosas labores de sus manos, fue el ángel
tutelar de mi dichosa infancia. Su cariño, su
ternura y solicitud maternales eran sin límites
para conmigo, y yo le daba siempre con gozo y
verdadero orgullo el dulce nombre demadre.
Pero ella me llamó solamente "el niño", menos
dos o tres veces en las que la palabra "hijo" se
le escapó, como de un modo muy cruel sus
entrañas.
Vivíamos solos en su cuarto o tienda del
confín del Barrio de los Ricos, hoy de Sucre,
sin más puertas que la que daba a la calle y
otra pequeña, de una sola mano, en el rincón
de la izquierda de la entrada. Una tarima, que
era nuestroestrado y servía de noche para
hacer la cama; una larga mesa sobre la que
Rosita planchaba ropa fina de lino, albas y
paños de altar; una grande arca ennegrecida
por el tiempo; dos silletas de brazos con
asiento y espaldar de cuero labrado; un
banquito muy bajo y un brasero de hierro,
componían lo principal del mueblaje de la
habitación. Las paredes, pintadas de tierra
amarilla, estabandecoradas de estampas
groseramente iluminadas, entre las que
resaltaba una pintura original, obra de no muy
torpe como atrevida mano, que representaba la
muerte de Atahualpa. En la pared fronteriza a
la puerta, como en sitio de preferencia, había
además un cuadro al óleo, de la Divina Pastora
sentada, con manto azul, entre dos cándidas
ovejas, con el niño Jesús en las rodillas. Lapuertecita de la izquierda conducía a un
pequeño patio enteramente cerrado por
elevadas tapias, y en el que un sotechado
servía de despensa y de cocina.
Rosita —no creo que me engañen mis
recuerdos, ni que mi ternura le preste ahora
en mi imaginación encantos que no tenía— era
una joven criolla tan bella como una perfecta
andaluza, con larga, abundante y rizada
cabellera; ojos rasgados,brillantes como
luceros; facciones muy regulares, menos la
nariz un tanto arremangada; boca de flor de
granado; dientes blanquísimos, menudos,
apretados, como solo pueden tenerlos las
mujeres indias de cuya sangre debían correr
algunas gotas en sus venas; manos y pies de
hada; talle airoso y gentil que, sin el recato
que observaba en todos sus movimientos y la
hacía presentarse un poco encogida,le hubiera
envidiado la mujer más presumida, esbelta y
salerosa, de la Península. Su voz, que tomaba
fácilmente todas las inflexiones de la pasión,
era de ordinario dulce y armoniosa como un
arrullo. Había recibido, en fin, la educación
más esmerada que podía alcanzarse en aquel
tiempo.
Vestía uniformemente basquiña de merino azul
hasta cerca del tobillo; jubón blanco de tela
sencillade algodón, muy bordado, con anchas
mangas que dejaban ver los brazos hasta el
codo; mantilla de color más oscuro, con
franjas de pana negra, prendida con grueso
alfiler de plata. Sus hermosos cabellos,
recogidos en dos trenzas, volvían a unirse a
media espalda, anudados por una cinta de lana
de vicuña con borlitas de colores. Por todo
adorno, llevaba grandes aretes de oro en sus
delicadasy diminutas orejas y un anillo de
marfil encasquillado, en el dedo meñique de la
mano izquierda. Sus pies calzados de medias
listadas del mismo color predilecto del vestido,
se ocultaban en zapatitos de cuero barnizado
con tacones encarnados.
Me parece que la veo y la oigo, ahora mismo
con embeleso, como acostumbraba al
despertarme de mi tranquilo sueño. Limpia,
aseada, después dehaberlo ordenado todo en
nuestra habitación, esta sentada a la puerta, en
su banquito, con la almohadilla de encajes por
delante; pero sus ágiles dedos se entorpecen
poco a poco hasta abandonar lánguidamente
los palillos y se cruzan sobre una de sus
rodillas; sus bellos ojos buscan no se qué en la
parte de cielo que se descubre, más allá de los
techos de un feo caserón del otro lado de la...
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