Juan montalvo
Días antes, el desterrado había llegado a ese pueblecito. Un día su respetable amigo don Ramón Rosero lo ve tendido en el suelo, anegado en lágrimas –lágrimas de hombre– a raíz de una larga lucha cuerpo a cuerpo con el dictador que le arrebató a él y a los suyos la patria, madre de todos. Su amigo Roberto Andrade llama a ese drama su “llanto de Getsemani”. Eldesterrado político pone sus flechas de Parto en su carcaj, pero a la vez ase su capaz maleta de cuero, que el bueno de Rodrigo Pachano Lalama, ido del mundo, custodió en vida como reliquia venerada. Allí estaban ordenados importantes cuadernos de ensayos sobre el genio o la belleza, sobre Bolívar y Ricaurte, sobre lo que llamó El Buscapié, conexionado al Quijote, libro inimitable e imitado por él sobrelas opiniones de los filósofos griegos en apretado compendio y sobre una teoría sociológica y moral de la nobleza que la cifraba en las virtudes.
Esa faena se repite todos los días. Gutta cavat lapidem, la gota cava la piedra. Nuestro profesor de Derecho Internacional en la Universidad de La Habana, nos decía: joven escriba una página al día, una sola; al cabo del año tiene usted un libro de 365páginas. Gota a gota se formarán los Siete Tratados. El desterrado advierte que en Ipiales –e invita al lector a llorar– está escribiendo “sin libros”. Su biblioteca y la de su hermano Francisco Javier, las que eran consultadas en Quito y Ambato, allá se quedaron, como la nuestra en Cuba, no se sabe dónde. El escribir sin libros es confesión que parece increíble al escudriñar esa obra magna.¿Acaso algún peregrino desde Bogotá le trajo en las alforjas de su caballo alguna Gramática de Bello, o las Apuntaciones de Cuervo, o La historia de la caída y decadencia de Roma de Gibbon, o los Diálogos de Platón? Pero en su maleta de cuero “está aquel grande cuaderno de pasta negra, donde están anotados por él pensamientos, giros gramaticales, anécdotas históricas, que tuvimos en nuestro poder. Noes hipérbole lo que dijo Montalvo que, dado los libros que antes consultó en Quito y en París, en Italia y en Madrid, ninguno tenía en Ipiales; pero esa obra lograda –los Siete Tratados– fue para Blanco Fombona “monumento de la lengua castellana”, “empresa de gran monta”, recuerdos de viajes bien aprovechados. Y prueba de que no tenía libros en su destierro de Ipiales es que El Cosmopolita, ya...
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