La Aguja Hueca

Páginas: 237 (59201 palabras) Publicado: 29 de enero de 2013
LA AGUJA HUECA




MAURICE LEBLANC




CAPITULO UNO
EL DISPARO

Raimunda aguzó el oído. De nuevo y por dos veces consecutivas aquel ruido se hizo escuchar lo bastante claro para poder diferenciarlo de los demás ruidos confusos que violaban el silencio de la noche; pero era a la vez tan débil que ella no hubiera sabido decir si su origen había sido próximo o lejano, si se producíadentro de los muros del vasto castillo o bien fuera, entre los rincones tenebrosos del parque.
Se levantó despacio. Su ventana estaba entornada y la abrió de par en par. La claridad de la luna descansaba sobre un tranquilo paisaje de céspedes y bosquecillos donde las ruinas dispersas de la antigua abadía se recortaban formando siluetas trágicas, columnas truncadas, ojivas incompletas, esbozos depórticos y fragmentos de arbotantes. Un ligero vientecillo flotaba sobre la superficie de las cosas, deslizándose por entre las ramas desnudas e inmóviles de los árboles, pero agitando las hojas recién nacidas de los macizos.
Y de pronto, el mismo ruido... Provenía del lado de la izquierda y por encima del piso en que ella vivía, es decir, de los salones que ocupaban el ala occidental del castillo.Aun siendo valiente y fuerte, la joven sintió la angustia del miedo. Se puso sus ropas de noche y tomó las cerillas.
—Raimunda... Raimunda...
Una voz débil como un suspiro la llamaba desde la habitación vecina, cuya puerta no estaba cerrada. Se dirigió hacia allí a tientas, cuando Susana, su prima, saltó a su encuentro y se arrojo sobre sus brazos.
—Raimunda..., ¿eres tú?... ¿Has oído?...—Sí... ¿Entonces no duermes?
—Creo que es el perro el que me ha despertado... hace ya largo tiempo... Pero después no ha vuelto a ladrar. ¿Qué hora será?
—Deben ser aproximadamente las cuatro.
—Escucha... Alguien anda caminando por el salón.
—No hay peligro. Tu padre está allí, Susana.
—Pero hay peligro para él. Duerme al lado del salón pequeño.
—El señor Daval está allí también...
—Pero está alotro extremo del castillo... ¿Cómo quieres que oiga?
Dudaron, no sabiendo qué resolver. ¿Llamar? ¿Pedir socorro? Pero no se atrevían, hasta tal extremo el ruido de sus propias voces parecía infundirles miedo. Pero Susana, que se había acercado a la ventana, ahogó un grito en su garganta.
—Mira..., un hombre cerca del estanque.
En efecto, un hombre se alejaba con paso rápido. Llevaba bajo elbrazo un objeto de dimensiones bastante grandes, cuya naturaleza las dos jóvenes no lograron discernir, y que al golpearle a cada paso sobre la pierna le dificultaba el caminar. Vieron que el hombre pasaba cerca de la antigua capilla y que se dirigía hacia una pequeña puerta existente en el muro. Esta puerta estaba entreabierta, pues el hombre desapareció súbitamente, y además las jóvenes no oyeron elrechinamiento habitual que producían los goznes de la misma.
—Venía del salón —murmuró Susana.
—No, la escalera del vestíbulo lo hubiera llevado mucho más a la izquierda... a menos que...
Las agitó una misma idea. Se inclinaron hacia el exterior de la ventana. Por encima de ellas había una escala erguida contra la fachada y apoyada sobre el primer piso. La luz alumbraba el balcón de piedra. Yotro hombre, portador también de otro objeto, cabalgó sobre ese balcón, se dejó deslizar por la escala y huyó por el mismo camino.
Susana, espantada y sin fuerzas, cayó de rodillas, balbuciendo:
—¡Llamemos!... ¡Pidamos auxilio!...
—¿Y quién vendría?... Tu padre... ¿Y si hay más intrusos y se arrojan contra él?
—Podríamos avisar a los criados... Tu timbre comunica con el piso de ellos.
—Sí...,sí..., quizá... es una buena idea... A condición de que ellos lleguen a tiempo.
Raimunda buscó junto a su cama el timbre eléctrico y apretó el botón con un dedo. Allá arriba vibró el timbre, y las dos jóvenes sintieron la impresión de que abajo debía de haberse escuchado claramente el sonido.
Esperaron. El silencio se hacía espantoso, y la brisa había dejado de agitar las hojas de los...
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