La cara del miedo.

Páginas: 303 (75646 palabras) Publicado: 30 de julio de 2014
En su lecho de muerte, a la edad de
cuarenta años, Edgar Allan Poe le
pidió a su editor, Rufus Griswold,
que fuera su albacea literario. A la
muerte de Poe, Griswold escribió un
obituario
sorprendentemente
ofensivo. A partir de ese momento,
se convirtió en el Salieri de Poe
dedicando toda su vida a manchar
la reputación del escritor. Esa
obsesión acabó destruyéndolo a él
mismo.Edgar Allan Poe, una de las figuras
literarias más fascinantes del siglo

XIX, fue un ser de gran talento y
difícil personalidad, tan admirado
como denostado en su tiempo.
Frobenius aborda la trágica infancia
de Poe, su participación en los
círculos literarios de Nueva York, la
relación amorosa que mantuvo con
su joven prima, así como muchos
otros episodios vitales del autor. En
una tramaparalela, un hombre de
palidez cadavérica, que sigue los
pasos de Poe y Griswold por las
calles de las ciudades de la costa
este de Estados Unidos, va dejando
un rastro de sangre y de miedo a su
paso.

Nikolaj Frobenius

La cara del
miedo
ePUB v1.0

Crubiera 24.01.13

Título original: Jeg skal vise dere frykten
Nikolaj Frobenius, 2010.
Traducción: Diego García Quiroga
Editororiginal: Crubiera (v1.0)
ePub base v2.1

Leí la novela de Edgar Allan Poe
con creciente
excitación e increíble simpatía.
CHARLES BAUDELAIRE
La obra de Poe es salvaje.
HAROLD BLOOM

Prólogo

Griswold

La iglesia
Nueva York, 1857

Tarde,

en una noche de agosto, un
hombre envuelto en una capa avanzaba
entre la multitud de Broadway echando
miradas asustadas a su alrededor.Rufus
Wilmot Griswold empujó a los peatones
hacia el costado y cruzó la calle

corriendo, rápidamente —todavía más
rápido—, frente a un coche de alquiler
tirado por caballos. Detrás de él, el
borde de su capa se arrastraba sobre la
calle y producía una suerte de murmullo
aciago. La recogió justo frente al
vehículo que pasaba, y así evitó verse
arrastrado bajo las grandes ruedas.Broadway apestaba a basura, orín de
caballos y perfume. La calle
hormigueaba de sombreros y cofias, y
entre la suciedad deambulaban los
perros callejeros como olvidados allí
por sus míseros dueños.
Griswold se abrió paso entre
galopines, predicadores y bebedores

con botellas ardientes en las manos. En
la calle, frente a él, estalló una pelea
entre dos caballeros irlandeses en
mangas decamisa. Uno tomó a su
contrincante por el pescuezo, lo arrojó
al suelo y le dio una serie de puñetazos
en la cara mientras descargaba un
furioso torrente de insultos. El hombre
que corría no les hizo caso, tenía la
mirada fija en la calle frente a él, como
si no existiese en el mundo otra cosa
más que aquello de lo que escapaba.
Tiempo atrás, Griswold había sido un
famoso editor en estaciudad, pero ahora
ya nadie lo reconocía. Mientras corría,
murmuraba para sí:

—El viejo está de regreso…, puedo
sentirlo…, está muy cerca…
La gente lo esquivaba; una mujer se
volvió y le gritó algo, y un chiquillo se
rio señalando con el dedo su cara
confundida. Frente a la Primera Iglesia
Presbiteriana, que erige patéticamente
sus torres hacia la bóveda celeste entre
Broadway yNassau, se detuvo y miró
alrededor. Luego abrió la puerta y entró
en el templo. Allí era donde buscaba
refugio cada vez que necesitaba
encontrar el amparo de su Señor.
Griswold se apresuró entre las
columnas. En el rincón más apartado y
pegado a la pared, como con miedo de

que alguien lo descubriese en la nave
vacía, se sentó durante un rato en el
banco y miró alrededor. Comenzó de
nuevo ahablar consigo mismo,
calmándose: «No tienes nada que temer,
el Señor te protege», pero ahí se detuvo.
En el suelo, frente a él, yacía una
figura. Agazapado, con la cabeza
pequeña y taimada apretada bajo el
asiento del banco, el viejo lo miraba
ceñudo. Griswold retrocedió como si
buscara protección y comenzó a llorar.
—¿Qué haces aquí? —preguntó con
dificultad.
Debajo del banco, el...
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