La Carta Robada

Páginas: 30 (7255 palabras) Publicado: 23 de marzo de 2015
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EDGAR ALLAN POE

LA CARTA ROBADA

La Carta Robada

Edgar Allan Poe

LA CARTA ROBADA - Edgar Allan Poe (1809 - 1849)
Texto de dominio público.

Edición Electrónica: El Trauko
Versión 1.0 - Word 97
Texto digital # 76
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Chile - Mayo 2001

Gentileza de El Trauko

http://go.to/trauko

LA CARTA ROBADA
Edgar Allan Poe
Al anochecer de una tarde oscura y tormentosa en el otoño de 18..., me hallaba en París,
gozando de la doble voluptuosidad de la meditación y de una pipa de espuma de mar, en
compañía de mi amigo C. Auguste Dupin, en un pequeño cuarto detrás de su biblioteca, au
troisième,No. 33, de la rue Dunot, en el faubourg St. Germain. Durante una hora por lo menos,
habíamos guardado un profundo silencio; a cualquier casual observador le habríamos parecido
intencional y exclusivamente ocupados con las volutas de humo que viciaban la atmósfera del
cuarto. Yo, sin embargo, estaba discutiendo mentalmente ciertos tópicos que habían dado tema
de conversación entre nosotros, hacíaalgunas horas solamente; me refiero al asunto de la rue
Morgue y el misterio del asesinato de Marie Roget. Los consideraba de algún modo coincidentes,
cuando la puerta de nuestra habitación se abrió para dar paso a nuestro antiguo conocido,
monsieur G***, el prefecto de la policía parisina.
Le dimos una sincera bienvenida porque había en aquel hombre casi tanto de divertido
como de despreciable, yhacía varios años que no le veíamos. Estábamos a oscuras cuando
llegó, y Dupin se levantó con el propósito de encender una lámpara; pero volvió a sentarse sin
haberlo hecho, porque G*** dijo que había ido a consultarnos, o más bien a pedir el parecer de
un amigo, acerca de un asunto oficial que había ocasionado una extraordinaria agitación.
—Si se trata de algo que requiere mi reflexión —observóDupin, absteniéndose de dar
fuego a la mecha—, lo examinaremos mejor en la oscuridad.
—Esa es otra de sus singulares ideas —dijo el prefecto, que tenía la costumbre de
llamar «singular» a todo lo que estaba fuera de su comprensión, y vivía, por consiguiente,
rodeado de una absoluta legión de «singularidades».
—Es muy cierto —respondió Dupin, alcanzando a su visitante una pipa, y haciendo rodar
haciaél un confortable sillón.
—¿Y cuál es la dificultad ahora? —pregunté— Espero que no sea otro asesinato.
—¡Oh, no, nada de eso!. El asunto es muy simple, en verdad, y no tengo duda que
podremos manejarlo suficientemente bien nosotros solos; pero he pensado que a Dupin le
gustaría conocer los detalles del hecho, porque es un caso excesivamente singular.
—Simple y singular —dijo Dupin.
—Y bien, sí; yno exactamente una, sino ambas cosas a la vez. Sucede que hemos ido
desconcertados porque el asunto es tan simple, y, sin embargo nos confunde a todos.
—Quizás es precisamente la simplicidad lo que le desconcierta a usted —dijo mi amigo.
—¡Qué desatino dice usted! —replicó el prefecto, riendo de todo corazón.
—Quizás el misterio es un poco demasiado sencillo —dijo Dupin.
—¡Oh, por el ánima de…!¡Quién ha oído jamás una idea semejante!
—Un poco demasiado evidente.
—¡Ja, ja, ja!... ¡ja, ja, ja!... ¡jo, jo, jo! —reía nuestro visitante, profundamente divertido—
¡Oh, Dupin, usted me va a hacer reventar de risa!.
—¿Y cuál es, por fin, el asunto de que se trata? —pregunté.
—Se lo diré a usted —replicó el prefecto, profiriendo un largo, fuerte y reposado puff y
acomodándose en su sillón— Se lo...
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