La Mancha Indeleble
La situación era en verdad aterradora. Parecía que no había distancia entrela vida que había dejado atrás, del otrolado de la puerta, y la que iba ainiciar en ese momento. Físicamente, la distancia sería de tres metros, tal vez de cuatro.
Sin embargo lo que veía indicaba que la separación entre lo que fui y loquesería no podía medirse en términos humanos.
-Entregue su cabeza -dijo una voz suave.-
¿La mía? -pregunté, con tanto miedo que a duras penas me oía a mímismo.
-Claro -¿Cuál va a ser?
Apesar de que no era autoritaria, la voz llenaba todo el salón y resonabaentre las paredes, que se cubrían con lujosos tapices. Yo no podía saber dedónde salía. Tenía la impresión de que todo lo queveía estaba hablando aun tiempo: el piso de mármol negro y blanco, la alfombra roja que iba de laescalinata a la gran mesa del recibidor, y la alfombra similar que cruzaba atodo lo largo por el centro;las grandes columnas de mayólica, las cornisasde cubos dorados, las dos enormes lámparas colgantes de cristal de Bohemia. Sólo sabía a ciencia cierta que ninguna de las innumerablescabezas de lasvitrinas había emitido el menor sonido.
Tal vez con el deseo inconsciente de ganar tiempo, pregunté.-
¿Y cómo me la quito?
-Sujétela fuertemente con las dos manos, apoyando los pulgares en...
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