La pequeña novia

Páginas: 41 (10027 palabras) Publicado: 3 de enero de 2014
La pequeña novia. Yo tenía veinte años, medía metro setenta y pesaba algo más de sesenta kilos, pero algunas personas —la esposa del jefe de Chess, la secretaria de mayor edad de su oficina y la señora Gorrie, la de arriba— me llamaban la pequeña novia. Algunas veces, nuestra pequeña novia. Chess y yo bromeábamos con ello, pero en público él respondía con una mirada de cariño y afecto. Yo, pormi parte, con un mohín sonriente: tímida y conformista.
Vivíamos en un sótano en Vancouver. La casa no pertenecía a los Gorrie, como yo había pensado en un principio, sino a Ray, el hijo de la señora Gorrie. De vez en cuando venía a arreglar cosas. Entraba por la puerta del sótano, igual que Chess y yo. Era un hombre delgado, estrecho de hombros, quizá de treinta y tantos años, y que siemprellevaba consigo una caja de herramientas y la gorra de trabajo. Andaba encorvado, lo que tal vez estaba relacionado con la necesidad de agacharse cuando se dedicaba a sus chapuzas de fontanería, electricidad y carpintería. Su rostro era amarillento y tosía muchísimo. Cada tosido suponía una afirmación independiente y discreta que definía su presencia en el sótano como una intrusión necesaria. No sedisculpaba por estar allí, pero tampoco se movía por aquel lugar como si le perteneciese. Sólo hablaba con él cuando llamaba a la puerta para decirme que iba a cortar el agua o la luz durante un rato. El alquiler se lo pagábamos en efectivo a la señora Gorrie todos los meses. No sé si ella le pasaba todo el dinero o se quedaba un poco para cubrir sus gastos. Porque de no ser así, todo lo que teníanella y el señor Gorrie —fue ella quien me lo dijo— era la pensión del señor Gorrie. No la de ella. Todavía no soy lo bastante mayor, dijo.
La señora Gorrie, siempre gritaba por las escaleras para ver cómo estaba Ray y preguntar si le apetecía una taza de té. Él siempre respondía que estaba bien y que no tenía tiempo. Decía que su hijo trabajaba demasiado, como ella. Siempre intentaba colarlealgún postre casero, como galletas, pan de jengibre o confituras, al igual que hacía conmigo. Ray respondía que acababa de comer o que en casa tenía de todo. Yo también me resistía, pero al séptimo u octavo intento, cedía. Me avergonzaba mucho seguir diciendo que no después de tanta insistencia y de sus caras largas. Admiraba la forma en que Ray se empeñaba en decir que no. Ni siquiera decía «no,madre». Sencillamente, no.
Luego la señora Gorrie solía buscar algún tema de conversación.
—¿Qué me cuentas? ¿Tienes alguna novedad emocionante?
Nada especial. No lo sé. Ray nunca se mostraba brusco o irritable pero tampoco le permitía ninguna confianza. Su salud era buena. Su resfriado iba mejorando. A la señora Cornish y a Irene también les iba bien siempre.
La señora Cornish era una mujeren cuya casa vivía él, en algún sitio de la parte este de Vancouver. Ray siempre tenía alguna chapuza que hacer en casa de la señora Cornish, al igual que en la nuestra, por esa razón tenía que marcharse tan pronto como acababa el trabajo. También ayudaba a cuidar a la hija de la señora Cornish, Irene, que estaba en una silla de ruedas. Tenía parálisis cerebral. «La pobrecilla», decía la señoraGorrie después de que Ray le dijese que Irene estaba bien. Ella nunca le reprochaba en su cara el tiempo que pasaba con la niña enferma, sus salidas al parque Stanley o las excursiones vespertinas para ir a comprar helado. (Lo sabía de sobra porque a veces hablaba por teléfono con la señora Cornish.) Pero a mí me decía: «No puedo evitar pensar en la pinta que debe de tener la chica con el heladocorriéndole por la cara. No lo puedo evitar. La gente debe quedarse boquiabierta mirándoles».
Ella comentaba que cuando sacaba al señor Gorrie en su silla de ruedas la gente les observaba (el señor Gorrie había sufrido un ataque de apoplejía), pero era diferente porque fuera de casa no se movía ni emitía sonido alguno y ella procuraba que tuviera un aspecto presentable, mientras que Irene no...
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