las lunas de jupiter
La autora canadiense Alice Munro ha recibido el premio de Literatura 2013, del género del cuento y de las mujeres escritoras; la última vez que dieron este galardón a una mujer fue en 2009 a la poeta Herta Müller. También es la primera vez que este reconocimiento se va a Canadá.
Una de sus obras más resaltanteses: LAS LUNAS DE JÚPITER
Encontré a mi padre en el ala de cardiología, en el octavo piso del Hospital General de Toronto. Estaba en una habitación semiprivada. La otra cama estaba vacía. Dijo que su seguro hospitalario cubría solo una cama en el pabellón, y que estaba preocupado por que pudieran cobrarle un suplemento.
–
Yo no he pedido una semiprivada
–
dijo. Le dije que probablemente lassalas estuvieran llenas.
–
No. He visto algunas camas vacías cuando me llevaban con la silla de ruedas.
–
Entonces será porque te tenían que conectar con esa cosa
–
le dije
–
. Note preocupes. Si te van a cobrar un suplemento, te lo dicen.
–
Eso será probablemente
–
dijo
–
. No querrían esos trastos en las salas.Supongo que eso estará cubierto.Le dije que estaba segura de que sí.Teníacables pegados al pecho. Una pequeña pantalla colgaba por encima de su cabeza. En ella, una línea brillante y dentada parpadeaba continuamente. El parpadeo iba acompañado de un nervioso zumbido electrónico. El comportamiento de su corazón estaba a la vista. Intenté ignorarlo. Me parecía que prestarle tanta atención
–
exagerar, de hecho, lo que debería ser una actividad totalmente secreta
–
erabuscar problemas.Cualquier cosa exhibida de aquel modo era propensa a estallar y volverse loca.A mi padre no parecía importarle. Decían que le tenían con tranquilizantes.
“Ya sabes –
decía
–, las pastillas de la felicidad”. Parecía tranquilo y optimista.Había sido distinto la noche anterior. Cuando le llevé al hospital, a la sala de urgencias, estaba pálido y con la boca cerrada. Abrió lapuerta de coche, se quedó de pie y dijo despacio:
–
Quizá sea mejor que me traigas una de esas sillas de ruedas.Utilizaba la voz que siempre ponía en una crisis. Una vez, nuestra chimenease incendió; era domingo por la tarde y yo estaba en el comedor poniendo alfileres en un vestido que estaba haciendo. Entró y dijo con aquella misma voz flemática y admonitoria:
–
Janet, ¿sabes dónde hay polvosde levadura?
Los quería para echarlos al fuego. Luego dijo:
–Supongo que ha sido culpa tuya… Coser en domingo. Tuve que esperar
durante más de una hora en la sala de espera en urgencias. Llamaron a un especialista de corazón que estaba en el hospital, un hombre joven. Me hizo pasar a una sala y me explicó que una de las válvulas del corazón de mi padre se había deteriorado tanto que debía seroperado inmediatamente.Le pregunté qué sucedería si no.
–
Tendría que estar en la cama
–
dijo el médico.
–
¿Cuánto tiempo?
–
Quizá tres meses.
–
He querido decir, ¿cuánto tiempo vivirá?
–
Eso es lo que yo también he querido decir
–
dijo el doctor.Fui a ver a mi padre. Estaba sentado en la cama que había en el rincón, con la cortina descorrida.
–
Es malo, ¿verdad?
–
me preguntó
–. ¿Te ha dicho lo de la válvula?
–
No es tan malo como podía ser
–
le dije. Luego repetí, incluso exageré,cualquier cosa esperanzadora que el médico me hubiese dicho
–
No estás en peligro inmediato. Tu condición física es buena, por lo de demás.
–
Por lo demás
–
dijo mi padre con pesimismo.Yo estaba cansada de haber conducido todo el camino hasta Dalgleish,preocupada por devolver elcoche de alquiler a tiempo, e irritada por un artículo que había estado leyendo en una revista en la sala de espera. Era sobre otra escritora, una mujer más joven, más guapa y probablemente con más talento que yo. Yo había estado en Inglaterra durante dos meses,de modo que no había visto antes aquel artículo, pero me pasó por la cabeza mientras lo estaba leyendo que mi padre lo habría leído. Podía...
Regístrate para leer el documento completo.