Laura Restrepo La novia oscura
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LA NOVIA OSCURA
Laura Restrepo
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Editorial Norma, S. A Primera Edición, Mayo 2002 Impreso en Colombia
A Santiago, por justicia y por amor
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Pero, quien sabría por Donde entrar a su corazón? SaintJohn Perce
Entonces se abría la noche de par en par y sucedía el milagro: a lo lejos y al fondo, contra la
oscuridad grande y sedosa, aparecían las ristras de bombillas de colores de La Catunga, el barrio
de las mujeres. Los hombres recién bañados y perfumados que los días de paga bajaban apiñados
en camiones por la serranía desde los campos pe troleros hasta la ciudad de Tora, se dejaban
atraer como polilla a la llama por ese titileo de luces eléctricas que eran promesa mayor de
bienaventuranza terrenal.
¿Ver desde lejos las luces de La Catunga? Era la dicha, hermano recuerda Sacramento, quien
tanto ha penado por cuenta de los recuerdos.
Para eso, sólo para eso nos quebrábamos el lomo trabajando en las crueldades de la selva los
cuatrocientos obreros del Campo 26. Pensando en esas dulzuras aguantábamos los rigores de la
Tropical Oil.
Día tras día entre fangales y humedades palúdicas para ver llegar el momento en que aparecían
por fin, al fondo de la esperanza, las luces de La Catunga, bautizado por las mujeres en honor a
santa Catalina la Santacata, la Catica cariñosa, la Catunga compasiva según la devoción que
todas ellas le profesaban por casta, por mártir, por hermosa y por ser hija de un rey.
Castillos muy enormes y heredades tenía cuenta la anciana Todos los Santos sobre su santa
princesa y patrona, y también rebaños de elefantes y tres aposentos repletos de joyas que fueron
obsequio de su padre el rey, quien se ufanaba de tener una hija más bella y más pura que la luz
del día.
A pie y sin sombrero, casi con reverencia pero también bufando como becerros y haciendo sonar
las monedas en el bolsillo, así se internaban los hombres cada día de paga por esos callejones
iluminados que tanto soñaban desde sus barracas, los lunes con vahídos de resaca, los martes con
añoranza de huérfanos, los miércoles con fiebre de machos solos y los jueves con ardor de
enamorados.
¡Llegaron los peludooooos! Sacramento falsea la voz para imitar un grito de mujer. Ellas nos
decían los peludos porque el orgullo del petrolero era aparecer por La Catunga rudo de aspecto,
tostado por el sol, peludo y barbado. Pero limpio y oliendo fino, de bota de cuero y camisa
blanca, y también con buen reloj, cadena y anillo de oro; que se notara la paga. Y siempre, como
si fuera condecoración, el carné bien visible en la solapa. El carné que te identificaba como
obrero petrolero. Nada que hacer, hermano, no se ha conocido mayor honor.
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¡Llegaron los peludooooos! se ríe Todos los Santos mostrando los dientes que ya no tiene. Es
verdad, ése era el grito de guerra. Rudos y peludos, así nos gustaban, y cuando los veíamos venir
gritábamos también: ¡Ya llegó el billete!
Por ese entonces a la ciudad de Tora la distinguían en las vastedades del mundo de afuera como
la ciudad de las tres pes, Putas, Plata y Petróleo. Petróleo, plata y putas. Cuatro pes, en realidad,
si acordamos que también era Paraíso en medio de tierras asoladas por el hambre. ¿Los amos y
las señoras de este imperio? Los petroleros y las prostitutas.
No las llamábamos putas ni rameras, ni otros nombres con ofensa rememora Sacramento. Sólo
les decíamos así, las mujeres, porque para nosotros no existían otras. En el mundo petrolero, ...
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