libro de horacio quiroga

Páginas: 200 (49822 palabras) Publicado: 5 de mayo de 2014
Horacio Quiroga
Cuentos de amor, de locura y de muerte

UNA ESTACIÓN DE AMOR
PRIMAVERA
Era el martes de carnaval. Nébel acababa de entrar en el corso, ya al
oscurecer, y mientras deshacía un paquete de serpentinas, miró al carruaje de
delante. Extrañado de una cara que no había visto la tarde anterior, preguntó a
sus compañeros:
—¿Quién es? No parece fea.
—¡Un demonio! Es lindísima.Creo que sobrina, o cosa así, del doctor
Arrizabalaga. Llegó ayer, me parece…
Nébel fijó entonces atentamente los ojos en la hermosa criatura. Era una
chica muy joven aún, acaso no más de catorce años, pero completamente núbil.
Tenía, bajo el cabello muy oscuro, un rostro de suprema blancura, de ese blanco
mate y raso que es patrimonio exclusivo de los cutis muy finos. Ojos azules,
largos,perdiéndose hacia las sienes en el cerco de sus negras pestañas. Acaso un
poco separados, lo que da, bajo una frente tersa, aire de mucha nobleza o de
gran terquedad. Pero sus ojos, así, llenaban aquel semblante en flor con la luz de
su belleza. Y al sentirlos Nébel detenidos un momento en los suyos, quedó
deslumbrado.
—¡Qué encanto! —murmuró, quedando inmóvil con una rodilla sobre al
almohadóndel surrey. Un momento después las serpentinas volaban hacia la
victoria. Ambos carruajes estaban ya enlazados por el puente colgante de cintas,
y la que lo ocasionaba sonreía de vez en cuando al galante muchacho.
Mas aquello llegaba ya a la falta de respeto a personas, cochero y aún
carruaje: sobre el hombro, la cabeza, látigo, guardabarros, las serpentinas
llovían sin cesar. Tanto fue, quelas dos personas sentadas atrás se volvieron y,
bien que sonriendo, examinaron atentamente al derrochador.
—¿Quiénes son? —preguntó Nébel en voz baja.
—El doctor Arrizabalaga; cierto que no lo conoces. La otra es la madre de
tu chica… Es cuñada del doctor.
Como en pos del examen, Arrizabalaga y la señora se sonrieran
francamente ante aquella exuberancia de juventud, Nébel se creyó en eldeber
de saludarlos, a lo que respondió el terceto con jovial condescendencia.
Este fue el principio de un idilio que duró tres meses, y al que Nébel aportó
cuanto de adoración cabía en su apasionada adolescencia. Mientras continuó el
corso, y en Concordia se prolonga hasta horas increíbles, Nébel tendió
incesantemente su brazo hacia adelante, tan bien, que el puño de su camisa,
desprendido,bailaba sobre la mano.
Al día siguiente se reprodujo la escena; y como esta vez el corso se
reanudaba de noche con batalla de flores, Nébel agotó en un cuarto de hora
cuatro inmensas canastas. Arrizabalaga y la señora se reían, volviéndose a
menudo, y la joven no apartaba casi sus ojos de Nébel. Este echó una mirada de
desesperación a sus canastas vacías; mas sobre el almohadón del surrey quedaban aún uno, un pobre ramo de siemprevivas y jazmines del país. Nébel
saltó con él por sobre la rueda del surrey, dislocóse casi un tobillo, y corriendo a
la victoria, jadeante, empapado en sudor y el entusiasmo a flor de ojos, tendió el
ramo a la joven. Ella buscó atolondradamente otro, pero no lo tenía. Sus
acompañantes se rían.
—¡Pero loca! —le dijo la madre, señalándole el pecho—.¡Ahí tienes uno!
El carruaje arrancaba al trote. Nébel, que había descendido del estribo,
afligido, corrió y alcanzó el ramo que la joven le tendía, con el cuerpo casi fuera
del coche.
Nébel había llegado tres días atrás de Buenos Aires, donde concluía su
bachillerato. Había permanecido allá siete años, de modo que su conocimiento
de la sociedad actual de Concordia era mínimo. Debía quedar aúnquince días
en su ciudad natal, disfrutados en pleno sosiego de alma, si no de cuerpo; y he
ahí que desde el segundo día perdía toda su serenidad. Pero en cambio ¡qué
encanto!
—¡Qué encanto! —se repetía pensando en aquel rayo de luz, flor y carne
femenina que había llegado a él desde el carruaje. Se reconocía real y
profundamente deslumbrado— y enamorado, desde luego.
¡Y si ella lo...
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