Los cuadernos de don rigoberto pdf

Páginas: 399 (99688 palabras) Publicado: 9 de enero de 2015
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LOS CUADERNOS DE DON RIGOBERTO
MARIO VARGAS LLOSA

Impreso en España - Printed in Spain
El hombre, un dios cuando sueña y
apenas un mendigo cuando piensa.
HOLDERLIN, Hyperion

No puedo llevar un registro de mi
vida por mis acciones; la fortuna las
puso demasiado abajo: lo llevo por
mis fantasías.
MONTAIGNE
I
EL REGRESO DE FONCHITO
Llamaron a la puerta, doña Lucrecia fue aabrir y, retratada en el
vano, con el fondo de los retorcidos y canosos árboles del Olivar de San
Isidro, vio la cabeza de bucles dorados y los ojos azules de Fonchito.
Todo empezó a girar.
-Te extraño mucho, madrastra -cantó la voz que recordaba tan bien-.
¿Sigues molesta conmigo? Vine a pedirte perdón. ¿Me perdonas?
-¿Tú, tú? -cogida de la empuñadura de la puerta, doña Lucrecia
buscaba apoyoen la pared-. ¿No te da vergüenza presentarte aquí?
-Me escapé de la academia -insistió el niño, mostrándole su cuaderno
de dibujo, sus lápices de colores-. Te extrañaba mucho, de veras. ¿Por
qué te pones tan pálida?
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-Dios mío, Dios mío -doña Lucrecia trastabilleó y se dejó caer en la
banca imitación colonial, contigua a la puerta. Se cubría los ojos, blanca
como un papel.
-¡No temueras! -gritó el niño, asustado.
Y doña Lucrecia -sentía que se iba- vio a la figurita infantil cruzar el
umbral, cerrar la puerta, caer de rodillas a sus pies, cogerle las manos
y sobárselas, atolondrado: «No te mueras, no te desmayes, por favor».
Hizo un esfuerzo para sobreponerse y recobrar el control. Respiró
hondo, antes de hablar.
Lo hizo despacio, sintiendo que en cualquier momento sele quebraría
la voz:
-No me pasa nada, ya estoy bien. Verte aquí era lo último que me
esperaba. ¿Cómo te has atrevido? ¿No tienes cargos de conciencia?
Siempre de rodillas, Fonchito trataba de besarle la mano.
-Dime que me perdonas, madrastra -imploró-. Dímelo, dímelo. La
casa no es la misma desde que te fuiste. Vine a espiarte un montón de
veces, a la salida de clases. Quería tocar, perono me atrevía. ¿Nunca
me vas a perdonar?
-Nunca -dijo ella, con firmeza-. No te perdonaré nunca lo que hiciste,
malvado.
Pero, contradiciendo sus palabras, sus grandes ojos oscuros
reconocían con curiosidad y cierta complacencia, acaso hasta ternura, el
enrulado desorden de esa cabellera, las venitas azules del cuello, los
bordes de las orejas asomando entre las mechas rubias y elcuerpecillo
airoso, embutido en el saco azul y el pantalón gris del uniforme. Sus
narices aspiraban ese olor adolescente a partidos de fútbol, frunas y
helados d'Onofrio, y sus oídos reconocían aquellos chillidos agudos y los
cambios de voz, que resonaban también en su memoria. Las manos de
doña Lucrecia se resignaron a ser humedecidas por los besos de
pajarillo de esa boquita:
-Yo te quiero mucho,madrastra -hizo pucheros Fonchito-. Y, aunque
no te lo creas, también mi papá.
En eso apareció Justiniana, ágil silueta de color canela envuelta en un
guardapolvo floreado, un pañuelo en la cabeza y un plumero en la
mano. Quedó petrificada en el pasillo que conducía a la cocina.
-Niño Alfonso -murmuró, incrédula-. ¡Fonchito! ¡No me lo creo!
-¡Figúrate, figúrate! -exclamó doña Lucrecia,empeñada en mostrar
más indignación de la que sentía-. Se atreve a venir a esta casa.
Después de arruinar mi vida, de darle esa puñalada a Rigoberto. A pedir
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que lo perdone, a derramar lágrimas de cocodrilo. ¿Has visto
desfachatez igual, Justiniana?
Pero ni siquiera ahora arrebató al niño los afilados dedos que
Fonchito, estremecido por los sollozos, seguía besando.
-Vayase, niño Alfonso-dijo la muchacha, tan confusa que, sin
advertirlo, cambió el usted por el tú-: ¿No ves el colerón que estás
dando a la señora? Anda vete, Fonchito.
-Me voy si me dice que me perdona -rogó el niño, entre suspiros, la
cara en las manos de doña Lucrecia-. ¿Ni siquiera me saludas y
comienzas a insultarme, Justita? ¿Qué te he hecho yo a ti? Si también
te quiero mucho, si el día que te fuiste de...
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