Mi último amanecer

Quizás es mi último amanecer- pensó Daniel. Era un hombre pragmático, así que esos pensamientos románticos en su cabeza le asustaban casi tanto como la evidencia de que ese día iba a morir. Aun asídaba la sensación que en aquel lugar, desde donde se podía contemplar toda la bahía de Rio de Janeiro, a uno solo se le podían ocurrir ñoñerias.
Él no era así; pensó que se resisitiría al encanto deesa maravilla, pensó que el aire fresco lo ayudaría a pensar con claridad, pensar un plan de huida como esa vez en China… de eso hacia ya veinte años. Pero ese día no. Ese día a lo mejor por la edad,o porque realmente no habia salvación posible para él, se sorprendía con esas estupideces. Como si se rendiera al espectáculo que enmarcaba sus pensamientos recien descubiertos con la panorámica deese lugar encendió su último Habano y se dejó divagar. Le gustaba la idea de contemplar “el mundo” y pensar cuantas personas en ese preciso momento estarían durmiendo, comiendo o teniendo un orgasmosin saber nada del peligro en el que él se encontraba y, además cuantas de esas personas no sabrian ni dejarian sus rutinas si el desaparecia en ese preciso instante de la faz de la tierra. Entonces setranquilizó, pensar en lo diminuta e insignificante de su existencia lo reconfortaba. No pasaría nada si se tiraba por ese acantilado que le acompañaba, no afectaria al cosmos si el moría ahí mismo.Sí. Estaba decidido; nadie le diria a él cuando y como morir. Ni siquiera los odiosos amarillos decidirían por él…Se escuchó un ruido…
Yukino no sabía que hacer, solo se lo ocurría chillar.Parentesis: Sí, ella era la típica japonesa con medias que se ataban encima de las rodillas, un tutu rosa, y una camiseta de “Hello Kitty”, con su cámara de fotos colgada del cuello y en una excursión quehabía comprado meses antes por internet. Pero no era sileciosa como el resto de sus paisanos; eso si que no. Sigamos. La visión de ese hombre ahorcado con la soga al cuello. El otro extremo atada del...