MI Ensayo
Hallábame hospedado en casa de gente cristiana. Dióseme aposento en la sala de honor, muy blanca de cal y alfombrada de pinofragante. ¡Qué encanto el de estas casitas aldeanas, limpias como ropa lavada y hospitala-irias como un corazón! Al atardecer, una chica de pies desnudos vino a mi cuarto. Sonrojóse hasta los ojosbajo el pecado de los míos que la escudriñaron y me dijo con cantarína voz:
Se le ruega, mi señor, la merienda está esperándole.Fui tras ella hasta el extremo de un corredor, donde sobre una mesa sinmantel humeaba el candido yantar.
Al caer la noche, una muchacha robusta y despeinada se ocupaba de rajar una pesada troza de pino. Yo la ofrecí la fuerza de mi brazo:
—Déjame la tarea,muchacha.
—¡Ay no, señor, no! Si yo lo puedo hender y hay ya bastante ocote para la luminaria. Se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano regordeta y rió agradecida. Pude ver la blanca salud desus dientes, y cuando se inclinó a recoger las astillas resinosas, vi también, por el amplio escote de su camisa almidonada, la rotunda verdad de sus senos.
En el centro del patio chisporroteaba yala fogarata; era una suerte de sahumerio para ahuyentar la plaga; era además el viejo hogar, el viejo calor doméstico grato a los corazones. Todas las gentes de la casa, en cuclillas, formaban nochea noche una ronda cordial cabe la luminaria; relataban leyendas; toda una tradición de aparecidos y duendes danzaban su danza fantástica; era la hora clásica de la conseja; la llama roja y palpitanteponía en todos los ojos un extraño fulgor, y el estupor que despertaban los relatos, agrandando los ojos, agrandaba el fulgor. Yo, en tanto, desentumía mis piernas dando lentos paseos a lo...
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