Mujeres sin velo Comentario de texto
Las caras más bellas que se han visto en los periódicos estas últimas semanas no son, por
una vez, las de las modelos de los anuncios, sino las de esas mujeres de Afganistán que se
han quitado los velos después de un cautiverio de cinco años y sonríen al aire libre y a la luz
del sol, con algo de timidez todavía, con la inseguridad de no saber si el alivio que ahora
disfrutan será sólo transitorio, con incredulidad de sentir que están gozando de uno de esos
prodigios elementales que sostienen la vida y cuyo valor no conoce más que quien lo ha
perdido. Una de las caras más hermosas, y de las historias más heroicas, es la de una mujer
atractiva y madura que aparecía en la primera página de The New York Times, Soheila Helal,
que había sido maestra de escuela durante 17 años cuando los talibanes subieron al poder y
perdió al mismo tiempo a su marido y su libertad: viuda, con tres hijos pequeños, si salía a la
calle a comprar algo de comer, corría el riesgo de ser apaleada, porque una mujer, en ese
reino de la perfecta pureza religiosa, no podía mostrarse en público sin la compañía de un
varón: pensó en quitarse la vida, cuenta, encerrada y sola con sus tres hijos en la casa a
oscuras, pero en lugar de eso, con gallardía y astucia, organizó una escuela clandestina para
niñas, y llegó a tener 120 alumnas, cada una de las cuales, aprendiendo a leer y a escribir,
se agregaba a una frágil conspiración contra la brutalidad oscurantista de los policías de
conciencias.
Salir a la calle a cara descubierta, ir a la escuela, aprender el arte cotidiano y misterioso de
escribir las palabras, de averiguar y reconocer su sonido en unos caracteres escritos: lo que
para nosotros, en Occidente, es trivial, incluso no merece mucho...
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