México ante dios

Páginas: 123 (30565 palabras) Publicado: 1 de diciembre de 2011
CAPÍTULO 1
El Imperio de las Almas
¿A qué derecho te atienes para defender las
propiedades de la iglesia, al divino o al humano?
S AN AGUSTÍN
Nada propio posee la iglesia, salvo la fe.
S AN AMBROSIO
—Tú... Sí, tú, como sea que te llames, quien quiera
que seas, por amor al Cielo acerca tu oído a mi boca...
No me dejes morir sin contarle la verdad a alguien
—suplicó aquel viejo de enormesbarbas cenizas y
cabellera larga alrededor del cráneo calvo de toda una
vida.
El anciano permanecía acostado, cubierto por unos
harapos ahora irreconocibles si se les comparaba con el
traje claro, el corbatín negro y la camisa blanca, la
indumentaria con la que había ingresado meses atrás en
una de las mazmorras salitrosas de la fortaleza de San
Juan de Ulúa, en el corazón del puerto deVeracruz.
Una tenue línea de luz blanca se filtraba con
dificultad por la parte inferior de la puerta de hierro
oxidada y, al romper la cerrada oscuridad de la celda,
me permitía ver las pequeñas siluetas de múltiples
roedores siempre inquietos, huidizos, pero al fin y al
cabo nuestra leal y constante compañía de día y de
noche.
—Ven, ven, que me muero —insistía el vejezuelo con
un hilo devoz decrépita. Expiraba. Sus lamentos me
habían arrebatado el sueño.
—¿Por qué, por qué despertar...? —suplicaba yo con
los ojos crispados como si elevara una sentida plegaria.
¿Quién resiste esta nauseabunda realidad de la que
sólo es posible escapar al dormir, al enloquecer o al
morir? Tres paraísos, hermosos paraísos de la
insensibilidad. Si llegara a perder la razón mi mente
dejaríade torturarme con el recuerdo de mi arresto
cuando, apenas anteayer, la policía porfiriana me
arrancó de mi familia a media noche para venir a
aventarme en esta pocilga pestilente y asfixiante, en
donde la oscuridad me impide ver mis propias manos
por más que me las acerque al rostro. Nunca olvidaré
cómo, al hacerme entrar a empujones en la asquerosa
tinaja, las ratas empezaron a trepargolosas, tal vez
juguetonas, por mis pantalones. Creí perder la razón
entre gritos ahogados de terror y movimientos de
repulsión. Me sacudí como pude a esos asquerosos
animales dispuestos a devorar cuento encontraran a su
paso: carne, tela, pelo, uñas y detritus. Toda invocación
fue inútil. La vida había sido muy generosa conmigo,
pues nunca antes de este fúnebre año de 1891 me había
obligadoa asomarme por una de las ventanas del
infierno. Ningún crimen puede justificar un castigo tan
devastador y perverso.
Cuando los agentes corrieron un largo cerrojo y
colocaron un candado cubierto de herrumbre, al tiempo
que el horror se apoderaba de mí en el interior fétido y
vomitivo del calabozo, dimensioné los alcances de mis
enemigos, el apetito de venganza de mis verdugos, losesbirros del dictador Díaz, quienes me condenaban, sin
posibilidad alguna de defensa, a una lenta agonía. «¡Oh
vosotros, los que entráis, abandonad toda esperanza!»,
rezaba un texto a la entrada del infierno, según Dante.
Lo último que escuché aquella mañana aciaga, cuando
las pisadas de mis captores se perdían, entre carcajadas,
a lo largo de los pasillos arenosos de Ulúa fue un «¡Ya
cállate,pinche mariquita! ¿No quesque eras muy
machito pa’ criticar a don Porfirio...? ¡Ahora te chingas,
cabrón!»
—Ven, ven, acércate. Nadie sabe lo que voy a decirte,
por todos los santos: escúchame antes de que estos
huesos viejos se los disputen los tiburones de la Isla de
Sacrificios... —repitió aquel personaje que había
permanecido casi mudo durante mis primeras horas de
cautiverio. En realidadel viejo carecía de alternativa: o
me revelaba a mí su gran secreto, fuera yo quien fuera,
o irremediablemente se lo llevaría a la tumba. Me
tuviera o no confianza, me conociera o no, tenía que
hablar, y hacerlo pronto, muy pronto...
Las palabras, de escasa resonancia, más bien
parecían suspiros. La respiración desacompasada me
anunciaba la inminencia de un desenlace fatal. Un dejo
de...
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