Nepal

NEPAL. Los caminos del cielo. Entre la tierra y el cielo
Bodas de plata en Katmandú
Texto y fotos: Francisco Po Egea
Asomados a una de las labradas ventanas de su casa, como si de dos vecinos más se tratara, el dios Siva y su consorte Parvati contemplan entre benevolentes y curiosos la animación de la Plaza Real de Katmandú. Abigarrado espectáculo de templos y palacios,mercaderes, turistas, guías ocasionales, campesinas, perros, bicicletas y chiquillos lanzados en sus juegos. En esta plaza, de impreciso perímetro, se encuentran reunidas algunas de las innumerables maravillas arquitectónicas del valle de Nepal.
El viajero, recién descendido del vientre funcional del Jumbo, no sabe donde descansar la mirada. Fachadas de ladrillo rojo, ventanas y miradores de maderaoscura trabajas al límite de la voluta y la forma, estatuas de animales mitológicos; aleros sostenidos por diosas de pechos henchidos, tres cabezas y siete pares de brazos; otros, por parejas y trios en atrevidas posiciones amatorias, fruto de una desenfadada interpretación de las reglas de la existencia; tejados superpuestos coronados por pináculos, banderolas y campanas. Hanuman, el dios-monopintado de rojo, proteje la entrada del antiguo palacio real junto a un soldado armado de un rifle decimonónico y en medio de la plaza trona la imagen gigante, negra y aterradora de Bairava, una forma de Siva. Mujeres y hombres vienen a ofrecerle granos de arroz y guirnaldas de flores. Luego recogen sus efluvios beneficiosos llevandose la mano a la frente.
En los bajos de las casas y de los templos,los comerciantes cuelgan las máscaras de papel maché, los tangkas (lienzos) tibetanos recién pintados y los tejidos multicolores. Sobre las anchas escalinatas de un templo en forma de pirámide una pareja de campesinos exhibe un puñado de tomates y unos manojos de cebollas frescas con la tierra todavía pegada a sus raices. Una mujer unta suavemente con aceite el cuerpo de su hijito para, acontinuación, darle un masaje; otra extiende a secar un cubo de arroz. En lo más alto, un occidental, con el cabello recogido en una coleta, toca su flauta rodeado de chiquillas. Poco más allá, en el interior del templo de Kastmandap, construido con la madera de un solo árbol y del que viene el nombre de Katmandú, un grupo de ascéticos shadus se pasan un shilom. El olor dulzón del hachís se esparce porlas inmediaciones.
El viajero, tras doce años de ausencia y decepcionado en el trayecto desde el aeropuerto al hotel por la extensión y aspecto de los nuevos arrabales que rodean la ciudad -pobres edificios de cemento y ladrillo con el precario aspecto de las cosas a medio terminar- se reencuentra con el viejo y querido Nepal. Aquí, en el corazón de la vieja capital del Himalaya, nada parece habercambiado desde aquella primera visita, un luminoso otoño hace venticinco años.
Entonces, para nosotros, viajeros del infinito, Katmandú era la meta única de la peregrinación de Oriente, la madre de todos los viajes. Viaje iniciático y desvirgador, asueto de los barricadistas de Mayo del 68, de los hippies desencantados de Berkeley y los continuadores de "En la carretera" de Jack Kerouac. Un viajeque se iniciaba en el fraternal "Pudding Shop" de Estambul. Reunión de mochileros y tablero de anuncios para compartir gasolina, aventura y peligros por los desiertos de un Irán con los ayatolas rumiando la revolucíon en sus mezquitas y por las montañas salvajes de un Afganistán todavía felizmente anclado en unos tiempos bíblicos.
A diferencia de los viajes machadianos, en este la meta era tanimportante como el camino. Kathmandú, Nepal. El velo del misterio y de la espiritualidad, acrecentados por la lejanía, nimbaba este ignoto rincón del mundo. Allí -horizontes lejanos- escondido entre las montañas estaba Shangri-la, el reino de la sabiduría y de la juventud eterna. No sabíamos que buscábamos ni que nos esperaba, pero nadie al llegar a este valle apacible se sintió desencantado....