Novela

El Duque
Catherine Coulter
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La amantísima madre de lady Felicity Trammerley, hija mayor del conde de Braecourt, le inculcó desde la infancia la idea de lo que se esperaba de ella. Y la verdad es que su prometido, el duque de Portmaine, esperaba mucho de ella. Finalmente había accedido a casarse con él, y dicho consentimiento había supuesto una victoria para el duque. Sabía queéste la consideraba una persona dócil y maleable, algo parecido a un corderito, y que éstas eran las cualidades que él andaba buscando. Había hecho todo lo posible para convencerle de que así era. Diligencia y trabajo duro. Su madre siempre había elogiado la belleza de su oscura melena, repitiendo hasta la saciedad que, con diligencia, llegaría a donde se propusiera. Sin embargo, a veces resultabadifícil, y particularmente en aquel momento, después de que el duque le explicara el motivo de su visita. Debía seguir actuando con cautela, a pesar de que el compromiso hubiera sido anunciado oficialmente la semana anterior en la Gazette. Tuvo que esforzarse para no levantar la voz cuando él, de forma breve y arrogante, le explicó el porqué de su visita.

-Mi querido Ian -le replicó condulzura-, me alegro mucho por lo de la herencia, aunque se trate tan sólo de un título escocés y una propiedad. Sin embargo, no alcanzo a comprender el motivo de tanta urgencia. ¿Por qué tienes que ir en plena temporada a inspeccionar un viejo castillo que debe de estar en ruinas desde hace más de cien años? No creo que los torreones vayan a desmoronarse por el mero hecho de que retrases el viaje hastael verano. Oh, querido, si no debe de quedar ni el foso. Esos lugares son terriblemente insalubres. Nadie entenderá que abandones los placeres de la temporada por algo así.

No quiso añadir que también sus propios placeres tenían algo que ver. La consecuencia de tener una pareja tan rica e influyente era que todo el mundo la trataba como lo que era: la futura duquesa de Portmaine. Quedabantodavía un par de viejos excéntricos pendientes de aceptar el hecho, pero todo acabaría en cuanto contrajera matrimonio.

Ian Charles Curlew Carmichael, quinto duque de Portmaine, observaba con mirada indulgente la elegante y delicada mujer que tenía sentada ante sí. Sonrió, resultaba imposible no hacerlo, su mera contemplación era un placer. Era preciosa. Hablaba con dulzura, susmovimientos eran exquisitos, tal como se esperaba de una duquesa. Sí, había acertado en su elección.

-Tienes razón, Felicity -convino finalmente-. Nadie espera una demostración de este calibre, nadie... excepto yo y mi fallecido tío Richard. El me enseñó a velar por lo que es mío: si no lo hago, otro lo hará en mi lugar y lo perderé todo. Debo ir. Si parto esta misma semana, regresaré antes de finalde mes. Seguro que lo entiendes, querida. No puedo descuidar mis obligaciones, aunque se interpongan entre otros objetivos tal vez más interesantes.

En realidad pensaba que era la excusa perfecta para eludir el ajetreo de la temporada. Las largas fiestas y los bailes le resultaban insoportables.

Sin embargo, era consciente de lo mucho que gustaban a las damas esa clase de cosas y, alfin y al cabo, él era un caballero. No obstante, tenía la oportunidad de escapar de todo aquello y seguir siendo un caballero; de sentirse a gusto y libre de culpa.

Lady Felicity, ante el despotismo con que él respondía a sus objeciones, se mostró terca y obstinada. El duque prefería huir al otro extremo del mundo a quedarse con ella en Londres. Tuvo que reprimir su enfado y replicar debuen talante:

-Pero, Ian, si ni siquiera conoces a esa gente. Y ya sabes cómo son los escoceses... unos bárbaros repugnantes. No puedo creer que sean capaces de ver con buenos ojos la llegada de un inglés. ¿Por qué no te limitas a enviar a Jerkin, tu procurador?

El duque lanzó una mirada penetrante hacia aquellos cálidos ojos verdes, ligeramente almendrados, que tanto le recordaban...