oliver sacks el artista autista

Páginas: 24 (5964 palabras) Publicado: 24 de octubre de 2013
El artista autista

24

—Dibuja esto —dije y le di a José mi reloj de bolsillo.
José tenía unos veintiún años, decían que era un retrasado mental
sin esperanza, y había tenido antes uno de los violentos ataques que
padece. Era delgado, de aspecto frágil.
Su distracción, su inquietud, desaparecieron bruscamente. Cogió el
reloj con mucho cuidado, como si fuese un talismán o una joya, se lopuso delante y lo miró fijamente con una concentración inmóvil.
—Es un idiota —interrumpió el ayudante—. No le pregunte nada. No
sabe lo que es... no sabe leer la hora. No habla siquiera. Dicen que es
«autista» pero no es más que un idiota.
José se puso pálido, puede que más por el tono del ayudante que por
sus palabras... el ayudante había dicho antes que José no utilizaba

palabras.—Vamos —dije—. Sé que puedes hacerlo.
José

dibujó

con

una

quietud

absoluta,

concentrándose

completamente en el relojito que tenía delante, bloqueando todo lo
demás. Por primera vez era audaz, no vacilaba, estaba integrado, no
distraído. Dibujó rápida pero minuciosamente, con un trazo limpio, sin
tachaduras.
Yo pido siempre a mis pacientes que, si les es posible, escriban ydibujen, en parte como índice aproximado de varias aptitudes, pero
también como expresión de «carácter» o «estilo».
José había dibujado el reloj con notable fidelidad, reproduciendo
todos los rasgos (al menos todos los rasgos esenciales, no incluyó «
Westclox, shock resistant, made in USA»), no sólo la «hora» (aunque ésta
fue registrada fielmente como las 11: 31), sino también todos losminutos y el circulito interior de los segundos y, además, la ruedecilla
estriada y la presilla trapezoidal del reloj que sirve para engancharlo a
una cadena. La presilla estaba sorprendentemente amplificada, pero
todo lo demás guardaba la proporción debida. Y las cifras, ahora que
me fijo en ellas, eran de tamaños distintos, de formas distintas, de
estilos distintos... unas gruesas, otras finas;unas alineadas, otras
intercaladas; unas sencillas y otras más elaboradas, incluso un poco
«góticas». Y la manecilla del minutero, que pasa más bien desapercibida
en el original, había recibido un tratamiento que le otorgaba una
prominencia chocante, como los pequeños indicadores internos de los
relojes estelares o astrolabios.
La expresión general del objeto, su «sentimiento», había sidocaptada
sorprendentemente, y resultaba aun más sorprendente si, tal como
había dicho el ayudante, José no tenía idea del tiempo. Y por otra parte
había una extraña mezcla de exactitud precisa, casi obsesiva, y de
variaciones y elaboraciones curiosas y, (en mi opinión, chistosas).
Esto me desconcertó, me obsesionó mientras volvía en el coche a
casa. ¿Un «idiota»? ¿Autismo? No. Allí había algomás.

No me llamaron más para ver a José. La primera llamada, un
domingo por la noche, había sido un caso de emergencia. Llevaba
teniendo ataques todo el fin de semana y, por la tarde, yo le había
recetado por teléfono cambios en los anticonvulsivos que tomaba. Una
vez «controlados» los ataques, no hacía falta ya atención neurológica.
Pero a mí aún me asediaban los problemas que planteabael reloj, y
tenía la sensación de que había allí un misterio sin resolver. Necesitaba
volver a verlo. Así que preparé otra visita y decidí examinar su historial
completo (la otra vez que le había visto sólo me habían dado una ficha
de consulta muy poco informativa).
José entró en la clínica con un aire indiferente (no tenía ni idea, de
por qué le habían llamado, quizás ni le importase) perose le iluminó la
cara con una sonrisa en cuanto me vio. Desapareció la expresión vacua
e indiferente, la máscara que recordaba yo. Sustituida por una sonrisa
súbita, tímida, como una visión fugaz a través de una puerta.
—He estado pensando en ti, José —dije; quizás no entendiese mis
palabras, pero entendía el tono—. Quiero ver más dibujos.
Y le di mi pluma.

¿Qué podía pedirle que...
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