Relato.

Cuando llegó a la biblioteca, descubrió que no estaba sola. Al atravesar la estancia, vio a un joven de cabellos negros y ojos ligeramente oscuros que se dirigía al piano situado contra una de lasparedes.
Sin darse cuenta, se quedó observándolo durante varios minutos, olvidando el verdadero motivo que la había llevado hasta la biblioteca. El joven se sentó al piano, y levantó la tapa de maderaque cubría sus teclas ya añejas. Repentinamente, advirtió la presencia de aquella tímida muchacha que la observaba atontada, de pie tras el piano. Fingió no haberse percatado de la existencia deaquella novedosa espectadora, y comenzó a tocar, tratando de mantenerle ajeno a sus pensamientos.
El sonido de las teclas le hizo despertar de su momentáneo trance, y ciertamente perturbado por lapresencia y por la esencia de aquel chico, se dirigió pensativa hacia la mesa situada al fondo de la sala. Distraídamente, tomó un libro de la estantería más cercana, para después sentarse en su yaacostumbrada butaca. Volvió a mirarle. La inesperada presencia de aquel muchacho era para ella magnética. Y esto, sumado a la belleza de la armonía que interpretaba…
Sin dar aún ninguna señal de haberpercibido la presencia de aquella chica, siguió tocando. Intrigado, se preguntó que porqué no dejaría de observarla de aquella manera, y únicamente por ver su reacción, interrumpió su íntimo concierto.Cuando se dio cuenta de que el silencio se había apoderado de la estancia, abrió el pequeño ejemplar rojo y retiró su mirada del joven.
Fingiendo leer aquel libro carente de cualquier atractivo, esperóhasta que el piano comenzó a sonar nuevamente, y en esta ocasión, sin ningún reparo, se detuvo a contemplar a su intérprete.
Le vio marcar el tempo con uno de sus pies al mismo tiempo que pulsabadelicadamente las ya deslucidas teclas que gemían bajo sus finos dedos. Aún sintiéndose una intrusa, una observadora no deseada, se permitió girarse del todo y apoyar el librito rojo sobre la mesa....