Reseña de cometas en el cielo
Le había matado el diez de diamantes a Hassan y le jugué dos jotas y un seis. En la puerta contigua, la del despacho, Baba y Rahim Kanhablaban de negocios con un par de hombres (reconocí a uno de ellos como el padre de Assef). A través de la pared, se oía el sonido regular de las noticias que emitía Radio Kabul.
Hassan me mató el seis y se llevó las jotas. En la radio, Daoud Kan anunciaba algo relacionado con inversiones extranjeras.
—Dice que algún día tendremos televisión en Kabul —afirmé.
—¿Quién?
—Daoud Kan, tonto, elpresidente.
Hassan se rió.
—He oído decir que en Irán ya tienen —comentó.
Entonces suspiré y repliqué:
—Esos iraníes...
Para muchos hazaras, Irán representaba una especie de santuario, supongo que porque, como los hazara, la mayoría de los iraníes eran musulmanes chiítas. Y recordé una cosa que mi maestro había comentado aquel verano sobre los iraníes, que eran unos engatusadores, que con una manote daban la palmadita en la espalda y con la otra te robaban lo que tuvieras en el bolsillo. Se lo conté a Baba y dijo que mi maestro era uno de los muchos afganos que estaban celosos de ellos, porque Irán era un poder en alza en Asia, mientras que casi nadie en el mundo era capaz ni tan siquiera de encontrar Afganistán en un mapamundi. «Duele decirlo —aseguró, encogiéndose de hombros—. Pero esmejor resultar herido por la verdad que consolarse con una mentira.»
—Un día te compraré uno —dije.
La cara de Hassan se iluminó.
—¿Un televisor? ¿De verdad?
—Seguro. Y no de esos en blanco y negro. Probablemente, para entonces, ya seremos mayores. Compraré dos. Uno para ti y otro para mí.
—Lo pondré en mi mesa, donde guardo los dibujos —dijo Hassan.
Ese comentario me entristeció. Meentristeció pensar quién era Hassan y dónde vivía, constatar cómo aceptaba el hecho de que envejecería en aquella cabaña de adobe del patio, igual que había hecho su padre. Robé la última carta y jugué un par de reinas y un diez.
Hassan cogió las reinas.
—¿Sabes? Creo que mañana agha Sahib estará muy orgulloso de ti.
—¿Eso crees?
—Inshallah —dijo.
—Inshallah —repetí, a pesar de que la expresión de«Así lo quiera Dios» no sonó en mi boca tan sincera como en la suya. Hassan era así. Era tan malditamente puro que a su lado te sentías siempre como un falso.
Le maté el rey y le jugué mi última carta, el as de picas. Él tenía que cogerlo. Había ganado yo, pero mientras barajaba para iniciar un nuevo juego, tuve la clara sospecha de que Hassan me había dejado ganar.
—¿Amir agha?
—¿Qué?
—¿Sabes? Megusta dónde vivo. —Lo hacía siempre, leerme los pensamientos—. Es mi hogar.
—Lo que tú quieras. Anda, prepárate para perder otra vez.
7
A la mañana siguiente, mientras preparaba el té negro para el desayuno, Hassan me dijo que había tenido un sueño.
—Estábamos en el lago Ghargha, tú, yo, mi padre, agha Sahib, Rahim Kan y miles de personas más —dijo—. Hacía calor y lucía el sol. El lago estabatransparente como un espejo, pero nadie nadaba porque decían que había un monstruo. Que estaba en las profundidades, a la espera. —Hassan me sirvió una taza, le puse azúcar, soplé unas cuantas veces y la coloqué delante de mí—. Así que todos tenían miedo de entrar en el agua, y de pronto tú te quitabas los zapatos, Amir agha, y la camisa. «No hay ningún monstruo. Os lo demostraré a todos»,...
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