resumen seductora inocencia
GAELEN FOLEY
1
Londres, 1814
Cuando era un joven de cabello rizado en pleno viaje por Europa, hacía muchos años, se había enamorado locamente de la belleza, y por ello había recalado en Florencia para recibir lecciones de un auténtico maestro italiano. Idealista y romántico, había seguido a las musas aladas hacia el sur, hasta la bahía de Sorrento, donde había oído porprimera vez el antiguo refrán italiano «La venganza es un plato que se sirve frío». Ahora era un anciano sin ilusiones, distante y cauto como un Papa intrigante. La belleza lo había traicionado; pero, por extraño que parezca, décadas más tarde el refrán siciliano reveló su autenticidad aquel día invernal en Inglaterra.
James Breckinridge, conde de Coldfell, un hombre impecable de constitucióndébil, agarró el puño de mármol de su bastón con sus nudosos dedos, doloridos por la fastidiosa lluvia de abril. Descendió de su lujoso carruaje negro con ayuda de su lacayo mientras otro sirviente lo cubría con el paraguas.
El silencio del lugar, solo turbado por el golpeteo de la lluvia, recordaba el de una iglesia. Se volvió lentamente, miró más allá de los rostros inexpresivos de sus sirvientes,más allá de la verja puntiaguda de hierro forjado, en dirección al cementerio de St. George, en Uxhridge Road, al norte de Hyde Park. Hacía tres semanas que había enterrado allí a su joven esposa. El monumento de mármol en su memoria se alzaba bajo una fría y grisácea llovizna en el lugar donde la colina formaba una curva verde, como una aguja furiosa contra el cielo del color del humo. Al piedel monumento, justo donde Coldfell esperaba encontrarlo, se divisaba la silueta alta y poderosa de un hombre; despeinado por el viento y absorto en sus pensamientos, no parecía advertir el viento racheado que agitaba su gabán negro.
Hawkscliffe.
La boca de Coldfell se convirtió en una fina línea. Tomó el paraguas de la mano del lacayo.
–No tardaré mucho.
–Sí, señor.
Apoyándose en subastón, comenzó la lenta ascensión por el sendero de grava.
Con su actitud pétrea e inmóvil, similar al monumento, Robert Knight, de treinta y cinco años, noveno duque de Hawkscliffe, no dio muestras de percatarse de su llegada. Permaneció en una quietud digna de un pedazo de granito, con la mirada clavada en los narcisos amarillos que habían plantado en la tumba, mientras la lluvia le pegaba elcabello moreno y ondulado a la frente, se deslizaba en fríos regueros por sus mejillas lisas y firmes, y goteaba por su duro perfil.
Coldfell hizo una mueca al pensar en la intrusión poco caballerosa que se disponía a hacer en la intimidad de aquel hombre. Después de todo, Hawkscliffe era el único miembro de la nueva generación al que respetaba. Algunos tories de la vieja escuela consideraban quesus ideas tenían un tono inquietantemente liberal, pero nadie podía negar que Hawkscliffe era el doble de hombre que el pusilánime de su padre.
Ese era el motivo, reflexionó Coldfell mientras ascendía con dificultad por el sendero, por el que lo había visto convertirse en duque a los diecisiete años, administrar tres grandes fincas y criar prácticamente sin ayuda a cuatro hermanos pequeños yrevoltosos y a una hermana. Más recientemente lo había oído pronunciar discursos en la Cámara de los Lores con una serenidad y una elocuencia que hacían que todos los presentes se pusieran en pie. La integridad de Hawkscliffe estaba fuera de toda duda; su honor era tan auténtico como el de una persona de los más elevados méritos. Dentro del grupo de los jóvenes había algunos, como el estúpido sobrinoy heredero de Coldfell, sir Dolph Breckinridge, que consideraban al virtuoso duque un rigorista; pero, en opinión de las mentes más juiciosas, Hawkscliffe era, en una palabra, impecable.
Era una lástima ver cómo lo había afectado la muerte de Lucy.
En fin, los hombres veían en una mujer lo que querían ver.
Coldfell carraspeó. Hawkscliffe, sobresaltado, se estremeció al oír el sonido y se...
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