YeLa
Conocí a Fer y a Aldo sólo porque hablamos español. Al menos, eso creímos todos alprincipio. Y luego empezaron los problemas y las confusiones... Todo justo por eso, porhablar español.Me explico.Todo comenzó en unas simples vacaciones en la playa, a las que yo notenía nada de ganas de ir, además de que ya había hecho planes con mis amigos de lacolonia para todo el verano. La playa puede sermuy divertida pero, después de dos díasde arena y mar, como que necesitas un compañero para pasártela bien. Y con mi familia esmedio imposible. Supongo que es lo malo de ser hijo único. Mi papá y mimamá se latoman como descanso absoluto y ni de chiste se meten a la alberca o al mar; se la pasantirados bajo una palapa, con lentes oscuros, embarrados de bloqueador solar y con losojos pegados a unode los miles de libros que transportan de un lado a otro.A esa playa van muchos extranjeros, o sea, turistas de otros países que hablanalemán, francés, ruso y hasta chino, y es muy difícil haceramigos. Al cuarto día yo yaestaba aburrido de construir castillos, de enterrarme solo en la arena y de pescar bolsasde plástico en el mar. Había explorado todos los rincones del hotel y nadado en laalbercamás de mil kilómetros en todas las especialidades.Intenté platicar con un niño más o menos de mi edad, pero como a mí no se me da elinglés y el gringuito no sabía más que decir. Gracias y por favor,la plática terminó a los
cinco minutos; por lo menos le enseñé a decir adiós y algunas groserías y maldiciones quepueden ser útiles algún día.Yo no sé por qué siempre da curiosidad saber cómo sedicen las groserías en otrosidiomas pero, por alguna razón, son las palabras más fáciles de aprender, aunque no lasdigas nunca.A nuestro alrededor había casi sólo alemanes y coreanos. Tal vez iban enun paquetede esos que organizan las agencias de viajes en los que meten a mucha gente en loscamiones para llevarla con un guía, que siempre trae un sombrerito y un banderín, al quehay que seguir por...
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