Echeverría y el fin del poder a la mexican

Echeverría y el fin del poder a la mexicana

Llegó a la cita con el ministerio público, con el fiscal que lo está investigando acusado del delito de genocidio, dos horas antes de lo que previsto, a las seis y media de la mañana: era una demostración de que a sus más de 80 años sus costumbres no se modificaban y que, además, quería evitar a su llegada a los medios de información: terminada ladeclaración ya se zambulliría en ellos. Se lo notaba seguro, tranquilo, a pesar de que muchos de sus acusadores estaban en la misma sala: quería mostrar que era el mismo de aquellos años de movilizaciones majestuosas, viajes de semanas alrededor del mundo con comitivas con dos, tres, cuatro aviones; cuando se gobernaba con mano de hierro; cuando se era generoso con los amigos e inflexible con losenemigos; cuando se postulaba simultáneamente como líder del Tercer Mundo, tan lejos de capitalistas y socialistas, al tiempo que iba de la mano con ambos. Pero ya no era el mismo: estaba sentado frente a un fiscal y la apariencia lo delataba: llevaba un elegante (al mismo tiempo) traje azul con rayas blancas, una camisa blanca, una corbata amarilla y unos zapatos oscuros, pero resaltaban como unallamarada sus calcetines a rombos blancos, rojos y azules. ¿Echeverría vistiendo un traje azul de rayas con calcetines rojos de rombos? Ahí, en ese detalle, estaba la señal de la decadencia, de que el hombre que solía tener todo el poder y todo el control, lo estaba perdiendo, el símbolo de que la cabeza, por lo menos esa mañana, había estado en otro lado.

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Nunca había desayunado enprivado con un presidente: cubrí giras, actos, tomé café con alguno de ellos en sus oficinas, pero jamás un ex presidente me había invitado a su casa a desayunar y menos a las siete y media de la mañana. Además no lo conocía, nunca antes tratado a Luis Echeverría Álvarez: me buscó a través de un amigo que había estudiado con su hija, el periodista Daniel Moreno. Ambos trabajábamos entonces en elmismo periódico y nunca supe bien por qué, salvo el hecho, lo descubrí después (entonces no supe leerlo), de que fiel a su estilo, quería enviarle un mensaje a su enemigo de la época, el entonces presidente Carlos Salinas, a través de uno de los periodistas que solía cubrir las actividades presidenciales. Uno era mucho más joven inexperto y no leía con tanta claridad los mensajes cifrados. Aquél, sinembargo, fue casi transparente.
Estábamos en un desayunador anexo a un estudio y una cocina en su casa de San Jerónimo, en el sur de la Ciudad de México: la mañana soleada mostraba un magnífico jardín y detrás de una barda se adivinaban las instalaciones de lo que había sido el Centro de Estudios del Tercer Mundo, un instituto que dirigía Echeverría, del que habían participado muchosinvestigadores e intelectuales considerados de izquierda y cuyos fondos (el centro dependía íntegramente del presupuesto público) había cortado apenas unos meses atrás Salinas de Gortari. El centro ya estaba cerrado y para Echeverría eso había sido un golpe brutal. Pero tardó en llegar al tema. Antes, durante casi dos horas, habló de sus viajes por América Latina (yo acababa de llegar de la gira en la cualSalinas había reanudado las relaciones diplomáticas con Chile, que habían sido rotas por Echeverría cuando el golpe militar pinochetista) y de dos de sus personajes favoritos: el chileno Salvador Allende y el argentino Juan Domingo Perón; de las conversaciones con el primero unos meses antes del golpe y asesinato, de un Perón envejecido y manejado por brujos, militares y una esposa histérica quesoñaba con encarnarse en Eva Perón. Pero a Echeverría le atraía el recuerdo de la llegada de Héctor Campora al poder en Argentina, donde fue un actor central, de esos meses de borrachera democrática que devendrían tiempo después en Chile y Argentina en el mayor de los desastres. Quería mostrarse, con razón, como un personaje clave en aquellos años, y también recordarnos que había sido de los tres...