Las Adelfas
Aunque el estreno deLas adelfas no fue quizás un arrollador éxito de público, la obra duró en cartel en Madrid veintiocho días, y hubo algunas representaciones en otras plazas de España. Alberto Romero Ferrer nos habla de una «reacción de extrañeza de la crítica y el público» y destaca la «fría recepción» que tuvo, sólo amortiguada por el prestigio indiscutible de los autores, aunque algunas reseñas de la época noshablan de éxito clamoroso [1]. Para Melchor Fernández Almagro, uno de los reseñistas del estreno, la obra resultaba «obscura y confusa». Es posible que al malentendido contribuyeran en algo los propios autores con su referencia al psicoanálisis, un equívoco que no es equívoco, pero que ha llegado hasta hoy.
Porque, aunque así lo venga repitiendo cansinamente la crítica desde el día de suestreno [2], Las adelfas (1928) poco, o mejor dicho, nada tiene que ver con el psicoanálisis ni con Freud. La actitud de Antonio hacia el psicoanálisis fue siempre de reticencia, si es que no de clara oposición. En Juan de Mairena dejará escrita esta desdeñosa alusión:
Los psiquiatras, sin embargo, pensarán algún día que ellos podrán saber de nuestras almas más que las viejas religiones aniquiladorasdel amor propio, invitándonos a recordar unas cuantas anécdotas, más o menos traumáticas, de nuestra vida. ¡Bah! [3]
Los mismos autores se cuidaron de puntualizar la función del psicoanálisis en la obra y su valoración escasamente positiva del mismo en la «Autocrítica de Las adelfas»:
Entre los personajes de nuestra obra figura un médico, que alude vagamente a las teorías de Freud, queconoce al dedillo, pero que no pretende exponer ni criticar. Tiene ideas propias sobre el mundo interior, algo anteriores a la boga del psicólogo austríaco. No tiene demasiada fe en el valor terapéutico del psicoanálisis. Lo estima, sin embargo, por su valor psicológico. Los autores sólo aceptan su utilidad para una dialéctica de teatro [4].
Cierto que Freud puso de moda la interpretación de lossueños. Pero la interpretación de los sueños ya existía mucho antes de Freud, y como se sabe, no es esto ni lo medular ni lo original del psicoanálisis.
Cierto también que en la obra se alude a «un doctor austríaco» e incluso se menciona la palabra «psicoanálisis». Pero estas alusiones están llenas de retranca y de distanciamiento irónico. Se insiste en que, antes de pasar a manos de los médicos,el valor de los sueños ya era conocido por los poetas. Ahora «hasta se operan», dice el médico Carlos Montes (médico, no psicoanalista como muchos críticos persisten en calificarlo, y médico, además, que no ejerce), con evidente ironía. Y más ironía aún sobre la eficacia clínica del psicoanálisis es la que muestra Carlos Montes —que, recordemos, y según sus creadores, «No tiene demasiada fe en elvalor terapéutico del psicoanálisis»— cuando Araceli le pregunta que si los sueños se curan, y él responde, con no poca retranca:
Con la divina asistencia,
algunas veces.
A lo que añade poco después que «no todo / es farsa en la nueva ciencia / del psicoanálisis». Es decir, que Carlos considera que el psicoanálisis es en gran medida una farsa. ¿Y qué es lo que no es farsa en esta nuevaciencia? Pues lo más viejo y sabido, que «el alma / puede enfermar».
Y pasa Carlos Montes (o los Machado, que hablan por su boca) a exponer su teoría, que, aunque con muy leves puntos de contacto con el psicoanálisis, no es psicoanálisis. Porque más que basada en sueños, esta teoría está basada en el diálogo. Si el diálogo socrático estaba destinado a encontrar verdades universales o ideas puras,...
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