ollos de auga libro
DOMINGO VILLAR
OJOS DE AGUA
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Esta digitalización está muy especialmente dedicada a Sintaxia, amiga y compañera, que ha
facilitado “la materia prima” para este trabajo y que tantísimas horas de audio‐lectura me ha
proporcionado
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Título original: Ollos de agua
Ilustración de la portada: © Luis Alonso Ocaña
Primera edición noviembre de 2007
© 2006 Domingo Villar
Ediciones Siruela
© 2007 Random House Mondadori S.A.
ISBN: 978‐84‐8346‐3
Depósito legal: B. 43.160‐2007
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A Beatriz meu amor
que me achega ao mar nos sens ollos
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Oscuro. 1. Que carece de luz o claridad. 2. Se dice del color que casi llega a ser negro,
y del que se contrapone a otro más claro de su misma gama. 3. Desconocido o poco
conocido, y por ello generalmente dudoso. 4. Confuso, falto de claridad, poco
comprensible. 5. Incierto.
La línea de luces de la costa, el resplandor de la ciudad, la espuma blanca
batiendo en el rompiente... No importaba que estuviera oscuro y la lluvia empapara los
cristales. Quienes acudían a su casa por primera vez hablaban siempre de las vistas,
como por obligación.
Luis Reigosa escogió un CD del estante, lo colocó en el equipo de música y sirvió
las bebidas en unas copas anchas cuyos bordes había frotado antes con la cáscara de un
limón. No sospechó que eran las últimas que servía.
Escucharon el bramido del viento cuando bajaron abrazados a la habitación.
Desde el salón, Billie Holiday les regalaba The man I love.
Someday heʹll come along
the man I love
and heʹll be big and strong
the man I love.
5
Sintonía. 1. Armonía, adaptación o entendimiento entre dos o más personas o cosas.
2. Hecho de estar sintonizados dos sistemas de transmisión y recepción. 3. Igualdad de tono o frecuencia entre dos sistemas de vibraciones. 4. Música que señala el comienzo o
el final de una emisión.
«Municipales tres, Leo cero.»
Leo Caldas se liberó de la opresión de los auriculares, encendió un cigarrillo y
miró por la ventana.
Los niños perseguían palomas por los jardines bajo la vigilancia atenta de sus
madres, que hablaban en corro, y de los pájaros, que esperaban a tenerlos cerca para
alzar el vuelo.
Se ajustó nuevamente los cascos cuando una mujer llamó para denunciar el pub
situado en el bajo de su vivienda. El ruido, decía, en ocasiones les impedía dormir hasta
la salida del sol. Se quejaba de los gritos, la música a todo volumen, los bocinazos de los
coches, la doble fila, los cánticos, las peleas, los orines que regaban las paredes, y los
vidrios rotos en el suelo, que constituían una amenaza para su pequeño.
Caldas dejó que la mujer se desahogara, sabiendo que difícilmente podría
proporcionarle algo más que consuelo.
‐Voy a pasar una nota a la policía municipal para que midan los decibelios y comprueben si se cumplen los horarios de cierre ‐dijo, anotando la dirección del pub en
el cuaderno.
Debajo escribió: «Municipales cuatro, Leo cero».
La sintonía del programa les acompañó hasta que Rebeca colocó sobre el cristal
un nuevo cartel rotulado en trazos negros. Leo Caldas dio una calada rápida a su
cigarrillo y lo dejó apoyado en equilibrio sobre el borde del cenicero.
‐Ángel, buenas tardes ‐saludó Santiago Losada al oyente que esperaba al otro
lado del hilo telefónico.
‐Bienvenido sea el dolor si es causa de arrepentimiento ‐dijo despacio el hombre,
pronunciando claramente cada palabra.
‐¿Cómo? ‐preguntó el locutor, tan sorprendido como Caldas por aquella insólita
frase.
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‐Bienvenido sea el dolor si es causa de arrepentimiento ‐repitió, con la misma voz ...
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