9 de julio

Celebramos el aniversario de la declaración de nuestra independencia conmovidos por graves inquietudes que dificultan el debido regocijo y proponen un sentimiento de nostalgia. No se advierte ya enlas fiestas de julio el frenesí que caracterizaba a las conmemoraciones de años anteriores, como si el entusiasmo cívico que corresponde exhibir en estos días se hubiera ido debilitando en el curso dela trayectoria vital de nuestro pueblo.
Es oportuno recordar que once de los treinta y nueve representantes que firmaron el acta de nuestra independencia eran hombres cristianos, personas de fe.Quisiéramos, hoy, estar a la altura de aquellos varones patriotas para proclamar la esperanza de una Argentina posible. Quisiéramos contemplar renovado en todos los hijos de esta tierra el temple delánimo que distingue al hombre que se nutre de fe y esperanza: la fortaleza, la magnanimidad de quien se lanza al cumplimiento de una vocación, a la conquista de un destino esperado y deseado; la valentíaserena para afrontar las dificultades y los riesgos. Los cristianos recibimos el don de una esperanza mucho mayor. Una esperanza más allá de todas las cumbres que pueden desearse, aspiramos a alcanzarun bien divino: el amor de Dios, la vida eterna.
Apoyados en la omnipotencia misericordiosa del Señor, esperamos la realización presente y futura de la Argentina como un bien arduo pero posible.Nosotros, los cristianos, que reconocemos no tener aquí abajo ciudad permanente y que buscamos la del cielo, amamos la existencia de esta nuestra amada patria carnal y anhelamos sea un reflejo anticipadode la eterna. Las fuentes de esta esperanza están en Dios y en nosotros; no se trata de sentarse a esperar, sino de lanzarse a trabajar.
Por eso es nuestro deseo, que en este 9 de julio, como en elde 1816, se proclame la esperanza de una Argentina posible, que reconozcamos convencidos unánimemente que el nuestro es un país viable, pero que no lo es como un hecho de la naturaleza, sino en...