Apólogo de la filosofía

Páginas: 11 (2686 palabras) Publicado: 20 de enero de 2011
APÓLOGO
DE LA FILOSOFÍA

De la casa de Príamo los últimos sobrevivientes fueron sometidos a extranjera esclavitud. Uno de ellos, príncipe de la sangre heroica del magnánimo Héctor, fue llevado a Egipto y destinado al servicio de los sacerdotes del templo de Karnak.

La enervante tristeza del exilio se sumó en su alma con la muda desesperación del vencimiento. En su pena solitaria, guiabamuchas veces sus ojos hacia el lejano norte, y ensoñando con su mar Egeo y las costas nativas de Ilión, lloraba lo irreparable del destino. Y otras veces el mandato imperioso de sus señores caía como un latigazo en su corazón de estirpe regia, y al golpe hiriente, con orgullo saltaba la sangre a las mejillas cual chispazos de cólera. Y cuando los príncipes de la nación egipcia se llegaban al templo,él los miraba de hito en hito, oculto entre las sombras, y veía, amargado, su opulencia, recordando ser él también heredero imperial.

Un día, mientras, a usanza de los romeros, reposaba en el vestíbulo de las gigantescas columnas levantadas por Seti y por Ramsés, el azar hizo que el decano de los sacerdotes la hallase en una crisis de dolor.

-Esclavo –le dijo- ¿qué te hace desesperar así?-Lloro lo irremediable, señor; ¿a qué añadir con tristes relatos una pena más a mi amargura?

-¿Cómo, esclavo heleno, acaso en el mundo hay dolor?

El dolorido mancebo quedóse por un momento estupefacto. Luego, levantándose sin un pliegue de dolor siquiera y erguido con la altivez de diez generaciones de antepasados guerreros, exclamó:

-Señor, bendigo la muerte que me habéis de dar, perorechazo vuestra ironía. Nací príncipe y quiero morir para dejar de ser esclavo. En las márgenes de la Estigia me aguardan diez generaciones de antepasados sin mancha de esclavitud ni cobardía.

El anciano sacerdote sonrió tranquilamente y dijo:

-La sangre heroica de tu estirpe y el fuego juvenil de tus años ciegan tu razón: el decano en el culto de Amón magnánimo jamás hizo mofa de ser vivo, nide cosa alguna. Ven a mi casa. No está en mí el devolverte el reino de tus antepasados, mas puedo sí darte el reino interior que sólo limita con la eternidad y el infinito. Ven.

Y los dos anduvieron hacia el palacio de los sacerdotes.

-entra –dijo el anciano al traspasar los umbrales-, entra a mis habitaciones privadas, porque voy a iniciarte en la sabiduría inefable de mi casta, según mipropia interpretación. Sígueme, pues.

Y los dos recorrieron grandes y magníficos salones, patios luminosos, discretos recibos, hasta que de pronto el joven heleno hallóse a oscuras sin saber dónde posar los pies siquiera. Los muros circulares de un dilatado recinto, sofocante y lleno de asperezas en todas partes, lo guiaban a repetir indefinidamente sus pasos sin hallar salida. Sus ojos,exaltados en la sombra, buscaban en vano un rayo de luz. Y poco a poco una nostalgia de luz y de color se fue apoderando de su espíritu. Las horas se sucedieron sin que él supiese cuántas, pareciéndole ser siglos los que acaso eran instantes nada más. Durmióse al fin, fatigado y perplejo. Mas luego, al despertar, no sabía ciertamente si tenía abiertos los ojos en las tinieblas o si no podía desprendersus párpados aún. La angustia era ya mayor: ¿cuántos años, cuántos siglos había permanecido en esa sombra? La oscuridad perfecta: y pensó en haber perdido quizá la vista, y comprendió que cegar es tanto como sepultar el espíritu. La aspereza de los muros y la aspereza no menor del pavimento le tenían profundamente fatigado. Sus pasos repercutían en cavernosa distancia y ya vacilaba de agitarse más,miedoso de maltratar peor aún sus manos. Quiso dormir de nuevo y ya no le fue posible: el áspero pavimento irregular que fatigaba sus pies hería todavía más su cuerpo al recostarse.

Entendiendo su nueva situación como un castigo por la arrogancia que había tenido con el sumo sacerdote, pensó en morir. Pero la muerte en esas sombras se le revelaba como un pensamiento intolerable, lleno de...
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