Atwood-Margaret-Oryx-y-Crake

Páginas: 437 (109247 palabras) Publicado: 27 de abril de 2014
Margaret Atwood
Oryx y Crake

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Margaret Atwood
Oryx y Crake

MARGARET ATWOOD

ORYX Y CRAKE

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Margaret Atwood
Oryx y Crake

A mi familia

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Margaret Atwood
Oryx y Crake

Tal vez habría podido, como otros, asombrarte con
relatos extraños e improbables; pero he preferido
contarte sólo hechos reales con el estilo más directo y de
la manera mássimple. Porque mi afán no ha sido
entretenerte, sino informarte.
JONATHAN SWIFT, Los viajes de Gulliver

¿No había seguridades? ¿No podían aprenderse de
memoria las mañas del mundo? ¿No había guía, ni
refugio? ¿Acaso todo era milagro, salto al vacío desde el
pináculo de una torre?
VIRGINIA WOOLF, Al faro

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Mango

Hombre de las Nieves se despierta antes del amanecer. Se
queda tendido, inmóvil, mientras escucha la marea que sube, una ola
tras otra pasando por encima de las diversas barricadas, chis chas,
chis chas, el ritmo del corazón. Cuánto le gustaría creer que todavía
está dormido.
En el horizonte, hacia el este, se levanta una neblina gris,
iluminada ahora con un resplandormortecino y rosáceo. Qué raro que
ese color siga pareciendo tierno. Las torres de la costa recortan sus
siluetas oscuras contra ella y se elevan extrañamente sobre el rosa y
el azul pálido de la bahía. Los graznidos de las aves que anidan allí y
el batir lejano del mar contra los falsos escollos, que en realidad son
piezas oxidadas de coches y ladrillos amontonados y cascotes varios,
suenancasi como el ruido del tráfico en un día festivo.
Por pura costumbre mira el reloj de acero inoxidable, con su
gastada cadena de aluminio, aún reluciente aunque ya no funcione.
Ahora es su único talismán. Lo que le muestra es un rostro en blanco:
las cero horas. Esa ausencia de tiempo oficial le produce un escalofrío
de terror. Nadie, en ninguna parte, sabe qué hora es.
«Cálmate», se dice.Respira hondo varias veces y se rasca las
picaduras, se frota alrededor, no en los sitios que más le escuecen,
con cuidado de no arrancarse ninguna costra: sólo faltaría que se le
infectara la sangre. Baja la vista en busca de algún resquicio de vida
salvaje. Todo está tranquilo. Ni rastro de bichos. Mano izquierda, pie
derecho, mano derecha, pie izquierdo, empieza a bajar del árbol. Trassacudirse las hojas y las cortezas, se envuelve con la sábana como si
fuera una toga. La noche anterior colgó de una rama la gorra de
béisbol de los Red Sox —una réplica auténtica— para que no se le
estropeara. Mira en el interior, sacude una araña, y se la pone.
Gira a la izquierda y se aleja un par de metros. Mea contra los
arbustos. «Ánimo», les dice a los saltamontes que se alejan brincandoPágina 6

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tras el impacto. Luego se dirige al otro lado del árbol, lejos de su
urinario habitual, y se pone a rebuscar en el escondite que se ha
hecho rodeando unos bloques de hormigón con alambre de espino,
para que las ratas y los ratones no puedan entrar. Allí mantiene
ocultos unos mangos metidos en una bolsa de plástico y una lata de
salchichasvegetarianas de cóctel de la marca Sveltana, y una muy
preciada botella de whisky medio llena, no, más bien con una cuarta
parte, y una barrita energética con sabor a chocolate que se llevó de
una zona de caravanas fijas, dura y pegajosa en el interior de su
envoltorio. No acaba de decidirse a comérsela; tal vez sea la última
que encuentre. También guarda un abrelatas y un punzón para picar
hielo,aunque no sabe para qué; y seis botellas de cerveza vacías, por
razones sentimentales y también para almacenar agua. Además de
sus gafas de sol, que se pone. Les falta un cristal, pero mejor eso que
nada.
Abre la bolsa de plástico. Sólo le queda un mango. Curioso.
Creía que había más. Las hormigas se han metido dentro, aunque
apretó el nudo al máximo. Ya le están subiendo por los brazos, son...
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