Benitez J

Páginas: 426 (106314 palabras) Publicado: 31 de agosto de 2015


El Papa Rojo

J. J. Benítez



(La gloria del olivo)

CIUDAD DEL VATICANO

04 horas 30 minutos

Aquélla era otra de sus costumbres. Un hábito que ni ella misma podía explicar satisfactoriamente. Se sentía segura bajo el dintel de las puertas. Y era así como gustaba ejercer su autoridad. Y como cada madrugada, desde que fuera reclamada para cuidar de los pucheros del Papa, sor Juana de losÁngeles se detuvo en el umbral. Parpadeó inquieta y, al punto, tras un minucioso vuelo de inspección por la desahogada e inmaculada cocina, sus achinados ojos grises se dulcificaron, recuperando la tonificante luminosidad que tanto agradecían sus hermanas de congregación. Todo parecía en orden. A primera vista, todo se hallaba bajo control, al menos en aquellos apartados aposentos del ala este delPalacio Apostólico. Pero la nueva jornada apenas si acababa de despuntar. En una hora -a las 05.30- el viejo, fiel y nacarado despertador de Cracovia alertaría al Santo Padre. El fugaz campanilleo -que jamás había traspasado la frontera de los diez segundos- precedería al casi simultáneo encendido de la mayor parte de las ventanas de aquella tercera planta. Era el comienzo oficial del nuevo día.Media hora más tarde -poco más o menos hacia las seis-, el Papa celebraría su primera audiencia. Sesenta minutos de recogimiento. Sor Juana sabía de la importancia de esta hora con Dios y de su modesta pero vital contribución a que todo en la capilla privada se hallara en armonía y de acuerdo con los severos gustos de su admirado Pontífice. A las 07 horas se iniciaría la misa. En cuanto a losinvitados al posterior desayuno, ésa sí era una batalla perdida. A pesar de su machacona y lógica insistencia, Siwiz, el primer secretario particular, continuaba encogiéndose de hombros cada vez que era interrogado por la religiosa. En realidad, tanto sor Juana como el fiel polaco y hombre de confianza del Papa sabían muy bien que esa cuestión era una de las pocas que escapaban al rigorismo doméstico queimpregnaba la casa del Pontífice. Todo dependía del humor, de la curiosidad o de los íntimos e inescrutables pensamientos del Santo Padre. Una vez finalizada la misa -a eso de las 07 horas y 45 minutos-, era el propio Papa quien, tras saludar y departir brevemente con la treintena de hombres y mujeres que le había acompañado en el Santo Sacrificio, procedía a seleccionar a los invitados quedeberían compartir la colación. Pero esos momentos estaban aún por llegar...
Y sor Juana, desde el umbral, fue a centrar su atención en lo que realmente importaba.
Con la destreza de un malabarista, sin asomo de duda, los rollizos y sonrosados brazos de sor Gabriela seguían danzando incansables sobre las bandejas de madera que se alineaban en la rojiza mesa de pino. Y mentalmente, salpicando la vajillacon rápidos y nerviosos toques de sus dedos, fue pasando revista a los elementos que daban cuerpo al desayuno del Santo Padre y de sus imprevisibles acompañantes: zumo de uva negra, panecillos recién horneados, leche, queso, mermelada y café en abundancia. Y como extra, una pequeña sorpresa: jablka m cieslie z sokiem, un pastel de manzana con salsa de frutas. Todo un detalle sugerido yconfeccionado por la diligente e imaginativa Gabi, la hermana cocinera. Y fiel al ritual de cada madrugada, sor Gabriela alzó su cara de luna, buscando el refrendo de la madre superiora. Y sor Juana, desde la puerta, asintió con una grave y breve inclinación de cabeza.
Acto seguido, en un gesto mecánico, la cocinera giró sobre los talones, al tiempo que estregaba las manos entre los bajos del azulón einterminable mandil. Y, abriendo una de las alacenas, extrajo media docena de blancos paños de hilo. Y puesto que la colación debería permanecer en la cocina hasta las ocho en punto, las bandejas fueron delicadamente cubiertas.
Y también como parte obligada en tales prolegómenos, dejó hacer a la vivaz e incorregible hermana Fe. Su próximo cincuenta aniversario, lejos de moderar su genio, parecía...
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