Caballo de troya 4

Páginas: 567 (141564 palabras) Publicado: 15 de noviembre de 2011
CABALLO DE TROYA 4 (NAZARET) - J. J. BENÍTEZ EL DIARIO - CUARTA PARTE Debí suponerlo. Después de casi nueve horas de intenso y accidentado viaje, aquel respiro no era normal. Y al pisar el polvoriento sendero que se empinaba hacia la blanca y próxima Caná, el optimismo de los peregrinos se hizo humo, perdiéndose en el borrascoso y amenazante cielo de aquel lunes, 24 de abril del año 30. Y surgióla tragedia. Y quien esto escribe se vio enfrentado a otro amargo trance... Con toda seguridad, nada de aquello habría acontecido si el confiado Bartolomé, en lugar de detener su desigual paso, hubiera proseguido hacia la ya inminente y ansiada aldea, punto final de su viaje. Pero, ¿quién tiene en su mano modificar los designios de la Providencia? Días más tarde, al retornar al módulo y someterel minúsculo disco magnético alojado en la sandalia «electrónica» al proceso de lectura y decodificación, Santa Claus, nuestro ordenador central, ratificó con escrupulosa minuciosidad el lugar exacto donde se registró el lamentable incidente: a 19 kilómetros y 500 metros del lago de Tiberíades. En dicho paraje, a la vista de su ciudad natal, Bartolomé (Natanael), en una muy humana y comprensibleexplosión de júbilo, detuvo sus cortas e inseguras zancadas. Alzó los brazos y, al caer sobre los hombros, las amplias mangas de su túnica dejaron al descubierto unas extremidades tan menguadas como velludas y musculosas. Y girando sobre los talones nos sorprendió con una de sus inconfundibles sonrisas: franca, interminable y enturbiada por una dentadura negra y ulcerada. Juan Zebedeo, la Señora yeste explorador agradecieron la inesperada pausa. Y Bartolomé, encarándose a los cielos, clamó con gran voz: -Las puertas se revuelven en sus quicios..., así el perezoso en su cama..., y tú, Caná, sobre la dorada abundancia..., pero te amo. Conforme fui penetrando en la vida de aquellos hombres -los llamados «íntimos» de Jesús-, mi sorpresa creció sin medida. Natanael era el ejemplo más cercano.Culto, filósofo y con un singular sentido del humor, acababa de hacer suyo un símil didáctico del libro de los Proverbios, redondeándolo sin pudor. Pero no debo desviarme... Quizá fueran ya las cuatro de la tarde. El caso es que María, la madre de Jesús, aprovechando el breve descanso, fue a depositar el reducido hato de viaje sobre las puntas de sus polvorientas sandalias de cuero de camello. Yadvirtiendo la proximidad de Caná, en un gesto típicamente femenino, pro1

cedió a ordenar y alisar sus generosos, negros y discretamente nevados cabellos. Dejó escapar un largo suspiro y, por casualidad, el verde hierba de sus hermosos ojos almendrados fue a descubrir algo entre el manso y dorado oleaje de los trigales, a la izquierda de la senda que nos conducía. No dudó. Y tampoco preguntó.Aquél era su estilo: decidido y, en ocasiones, peligrosamente irreflexivo. Esta forma de ser de la Señora había constituido un casi permanente manantial de conflictos. Su Hijo primogénito, entre otros, como espero ir narrando, fue testigo de excepción de cuanto afirmo. Al principio, ni el complacido Zebedeo ni el eufórico Bartolomé prestaron excesiva atención al súbito alejamiento de María. Pero esteexplorador, atento siempre, casi en perpetua tensión, fascinado por cada palabra o movimiento de aquellos personajes, la siguió con la mirada, intrigado. Con su nervioso caminar, la Señora se situó en la linde del trigal. Y durante algunos segundos permaneció absorta en un cimbreante corro de flores, nacido al socaire de las altas y prometedoras espigas de trigo duro. Acto seguido, segura de sudescubrimiento, se dejó caer lenta y suavemente, hasta que las rodillas tocaron la roja arcilla. Y con destreza, su mano izquierda fue arrancando unos primeros manojos de flores. Los aproximó al rostro y, entornando los ojos, aspiró profundamente. ¡Cuán ajenos estábamos a lo inminente de la tragedia! Y en un generoso deseo de compartir su hallazgo nos mostró el cuajado ramillete de flores...
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