Capitulo 5


XXIII
La mañana se pasó a mil, eran casi las dos de la tarde, y ni Ángel, Francisco o Joane habían visto a Jesús por ningún lado. El niño se había pasado varías horas distrayendo a la anciana mujer, a la que le encantaban los niños, con juegos despreocupados. Ángel y Joane se lanzaban fugaces miradas que, a Francisco no le pasaban desapercibidas, diciéndose todo lo que no podíandecirse abiertamente. Finalmente doña Claudia los llamó a comer. Se sentaron en un comedor carente de lujos, pero sumamente acogedor y la anciana le pidió al monje que orara por los masacrados y que pidiera protección para ellos. Tras una breve acción de gracias, el monje pidió a Dios protección para todos los habitantes de Rabinal y con un Amén, se sentaron a comer, lo tradicional, frijoles con unrimero de tortillas recién salidas del comal.
Ninguno de los cuatro concejales había probado más bocado que, lo que la noche anterior y esa misma mañana, la anciana les había proveído. Estaban famélicos y devoraron como perros hambrientos.
-De haber sabido que tenían tanta hambre, les habría dado el almuerzo hace horas –dijo doña Claudia, a lo que los otros respondieron contímidas sonrisas-.
En medio de risas y pláticas estaban cuando, sangrando por el brazo, Jesús llegó a limpiarse la herida en la pileta del patio. Su madre fue a atenderlo y minutos después, en los que Ángel, Joane y Francisco intercambiaron sendas miradas de curiosidad, se sentó al lado de Ángel para comer su ración. Mientras su madre le servía empezó a hablar dirigiéndose a Ángel.-Alberto lo está buscando hermano –Ángel sin pensarlo volteó a ver a Joane que contenía muy bien la curiosidad y volvió a poner su atención en Jesús-. Escuché cuando hablaba con el general Ottis.
-¿Está aquí? –le interrumpió Joane-
-Sí –dijo Jesús-. Y, según escuché, los está buscando a los dos –hizo una pausa y luego continuó-. Escuché cuando se encontraron cerca deldestacamento y Alberto le pidió ayuda a Ottis para encontrar a un monje y a una… mujer –se abstuvo de repetir las palabras exactas de Alberto-. Ottis le respondió que por el momento solo se estaba ocupando de la lista.
-¿Qué lista? –preguntó Rodolfo-.
-Una lista de cosas que tiene que hacer el general –le respondió cariñosamente su padre-.
-Y que no podía ayudarle–continuó Jesús-, por lo que pasó ayer. Y tenían que ocuparse de desaparecer a una de las monjas.
Doña Claudia, devota católica y aferrada a su fe, se puso en pie súbitamente.
-¿De quién, Jesús? ¿No dijo de quién?
Su hijo casi peleando consigo mismo asintió.
-¿De quién? Dímelo rápido.
-No es nuestro problema mamá.
La señora le dio unjalón de oreja que al niño, ignorante de la tensa situación, se le antojó gracioso.
-Esas mujeres nos sirven a nosotros los pobres como si fueran nuestras sirvientas, cuando deberíamos ser nosotros quienes les besáramos los pies por su gran santidad y el bien que nos hacen. Así que no me vengas con que no es nuestro problema. ¿No fuiste tú el que dijiste que las quería tanto? Así quedímelo. ¿A quién van a matar esos desgraciados?
Sabiendo que les acarrearía problemas, si no la muerte, Jesús cedió frente a los reclamos de su madre.
-Sor Mercedes, mamá.
Inmediatamente la mujer tomó un pequeño suéter de punto y su hijo le preguntó:
-¿A dónde vas?
-¿Crees que me voy a quedar de brazos cruzados? A avisarles hijo, y no trates dedetenerme porque solo si me matas lo voy a hacer.
El muchacho vio desaparecer a su madre tras la puerta y masculló “yo y mi bocota”. Tras un silencio incómodo, Ángel se atrevió a reanudar la conversación.
-¿Escuchaste algo mas Jesús?
-La verdad me entró el pánico, porque pensé en las veces que hemos sabido que entran y destruyen todo en la casa de las hermanas y...