Casa muertas opcional
Sin duda que Miguel Otero Silva (1908-1985) es uno de los escritores más ilustres que ha tenido Venezuela: sus novelas –una de las cuales, Cuando QuieroLlorar no Lloro (1970), fue llevada, incluso, a la televisión en Colombia con la serie Los Victorinos-; su obra poética, aquella que precisamente le abrió las puertas en el panorama literario de la hermana República, por allá cuando apenas se iniciaba la década de los treintas y; por supuesto, su profundo compromiso social y político con esa misma Venezuela desvencijada y agónica sobre la quesiempre escribió con el noble propósito de fungir como baluarte; todo ello, pues, hacen de su nombre una referencia necesaria.
Pero he aquí que en esto de los derroteros particulares de las obras literarias nadie puede hacer afirmaciones últimas, y esto porque en cada época por la que transitan, son vistas de tan distintas maneras, que su recibimiento y fortuna es siempre cuestión que debe limitarse.En 1955, por ejemplo, también se editó Pedro Páramo, y no cabe duda de que esta novela ha sido más leída que Casas Muertas. Doce años después, en 1967, llegaría Cien Años de Soledad, y tampoco tiene discusión que ésta ha sido leída mucho más que las obras precedentes. Y, sin embargo, este tipo de cosas puede llevar a discusiones absurdas, porque lo cierto es que el mismo García Márquez hareconocido muchas veces su admiración a Miguel Otero Silva, y que, el hecho de que Macondo sea más conocido que Ortiz, es ante todo materia que sólo interesa a los editores.
Así que Casas Muertas no debe su importancia para las letras latinoamericanas al simple hecho de constituir la primera obra en prosa de Otero Silva –después de sus poemarios Fiebre (1931) y Agua y Cauce (1937)-, o al de habervendido más copias que cualquier otra novela, sino, más bien, al de inaugurar para buena parte de esos nombres que van a estar codeándose durante el boom, un tipo de obra en donde las preocupaciones por la existencia de los pueblos y, estrictamente, de aquellos relegados, periféricos y en proceso de desaparición, ocupa el centro de la reflexión. Una reflexión que, la mayoría de las veces, estásupeditada a los problemas culturales y políticos de esas zonas marginadas a donde no llega otra cosa que una niebla de silencio y destrucción.
Casas Muertas no es otra cosa: solamente la historia de un sitio incrustado para siempre en medio de los llanos que forman el Estado de Guárico en Venezuela. Un Ortiz que, al contrario de Macondo y Comala, sí tiene existencia real, es decir, una que puedeubicarse perfectamente en el mapa, pero que aquí, en la obra, no deja de compartir con aquellas, un ineluctable destino de pestes, pobreza, muerte y olvido. El Ortiz, en otro tiempo llamado la “Rosa de los Llanos” que, con un telón de fondo formado por la dictadura de Marcos Pérez Jiménez –gobernante de Venezuela entre 1952 y 1958- va camino de la restitución, o más bien, del fin de su pasado ganaderoy campesino, para adentrarse en los procesos que a mediados del siglo XX volcaron al país en una presurosa búsqueda de petróleo, especialmente en las tierras del Oriente.
Otero Silva sabe muy bien que, en este proceso de transición, muchos pueblos quedan rezagados: los unos, porque todos sus habitantes huyen hacia nuevos horizontes, los otros, porque para el gobierno central son gente...
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