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El estadio de San Paulo es un buen ejemplo de la carrera de Brasil hacia el Mundial. Su coste se disparó hasta los 950 millones de reales (430 millones de euros) – de momento –que tuvieron que ser financiados con préstamos públicos y su construcción fue paralizada y demorada por la muerte de tres obreros. Demasiados contratiempos para un país que ha aprendido a mantenerse vigilante respecto a los desmanes de su Gobierno y a exigir contrapartidas. “Si de algo ha servido el Mundial de fútbol es para abrir un debate en la sociedad brasileña sobre su propio país, sobrecuáles deben ser sus prioridades y sobre la necesidad de que haya una mayor participación social en las decisiones políticas”, explica el investigador de Cidob, Fabricio Borges. “Esto es quizás, lo más positivo de las protestas sociales”, afirma.
Algo debe estar cambiando en Brasil para que una Copa del Mundo, no hace tanto, el mayor acontecimiento nacional imaginable, cause hoy más rechazo queadhesiones. De hecho, el 55% de los brasileños rechaza un mundial cuyo coste se ha disparado hasta los 10.000 millones de euros. Contando sólo las reformas y construcciones de los estadios el presupuesto se ha triplicado desde los 800 millones iniciales hasta más de 2.500 millones, una inversión mayor que la efectuada por Alemania y Sudáfrica juntas. Y eso que hay tres estadios aún sin terminar, obrasde ampliación en los aeropuertos que probablemente no llegarán a tiempo y algunas infraestructuras programadas que han sido directamente descartadas por resultar inviables. La causa de este rechazo viene de la creciente conciencia social que ha surgido entre las clases medias brasileñas, reforzadas tras una década continuada de crecimiento.
Mientras el estado gasta a manos llenas, a ellos lesfríen a impuestos, sus carreteras siguen llenas de baches y aún por encima las obras de los estadios ya les han costado la vida al menos a ocho compatriotas, una cifra altísima que multiplica por cuatro los dos muertos que hubo en las obras de Sudáfrica – aunque resulte insignificante si la comparamos con los 1.200 muertos que algunas organizaciones han cifrado en las obras de Qatar 2022 –.
Laconciencia social de esta clase media emergente que se ha visto incrementada en 40 millones de personas en la última década – salidas de una situación de pobreza o de extrema pobreza – llevó a centenares de miles de manifestantes a protestar por una subida de siete céntimos del precio del transporte público en plena celebración de la Copa Confederaciones. No se trataba tanto del precio en sí como delagravio de ver cómo el estado se volcaba con un acontecimiento innecesario, dejando sin cubrir tantas necesidades como la educación, la sanidad o infraestructuras tan básicas como las anticuadas redes de carreteras.
Quizás una sociedad más vieja, acostumbrada a sufrir, hubiese soportado más dócilmente tantos desmanes pero Brasil es una sociedad básicamente joven, con una edad media de 29 años y...
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