Cuento
El octogenario abuelo marcaba cada frase con una pausa casi letárgica que prolongaba cada relato por días enteros, esto noimpedía una pausa de vez en cuando para refrescarse del implacable sol, que por estos días azotaba el fértil valle del sinú. El abuelo se encontraba justo en el relato que los atentos nietos habían esperadopor muchos años. Escuchar el comienzo de las relaciones del Rey del ganado con los míticos descendientes de los indios Zenues que circundaban la majestuosa hacienda "El borneo epicentro de lahegemonía del Rey.
Manuel Arrieta, comenzó diciendo el abuelo, fue el nombre adoptado por el indio conocido como el tigrillo guerrero quien fuese mi primer socio en el negocio de la ganadería.Una madrugada, mientras me dirigía en dirección de la ciénaga grande de la Martinica con mi escopetada mohosa y curtida de tanto estar en los estantes de lacompraventa de Pacho Peña, donde la había cambiado por dos cueros de armadillos. Como un fantasma apareció el tigrillo y me dijo - ¡ue blanco ¿pa onde vais? Yo más asustado que pavo en navidad, solopude decir -a cazar un par de guartinajas para la comida. El indio me miro con esos ojos como endemoniados y me dijo ¡guartinajas! ese anima tan desagradeció, que solo es cabeza y na de carne. -Si elcumpa quiere lo puedo convertir de cazador de guartinajas en cazador de vacas, de ¿vacas? le pregunte mas asombrado que interesado, si de vacas replico. Pero las vacas no se cazan, se crían le...
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