cuento
Cuando yo me retiraba del café de San Luis, vi que salía mucho humo y observé una casabastante vieja, y hasta mis naricesllegaba un fuerte olor a maderas quemadas. Cinco minutos después el olor iba en aumento, el gobernador con su bastón de mando dictaba órdenes, los guardias serenostocaban los pitos los transeúntesse arremolinaban y corrían de unos puntos a otros, que momentos tan horribles!
Antes que comenzasen las bombas cuatro vecinas ya se habían desmayado, cuando llegó afuncionar el primer bomberoal segundo piso el techo ya se había agrietado, pero como al que madruga dios le ayuda, éste fue después recompensado por los vecinos de la casa en vista de los méritos quehabía hecho.
Cuandomi vista puse en la fachada noté que un vecino en calzoncillos blancos daba gritos desgarradores desde un balcón abierto de par en par.
¡Señores!, el pobre exclamaba con ungorro blanco en lacabeza, ¡socoro, que hay fuego en la casa!
Y el hombre quería tirarse de cabeza a la calle viendo que no podía salir por la puerta, mas no lo hizo porque un valiente municipalpudo separarledel balcón, agarrándole por el pescuezo de un modo brusco.
Desde la revolución del año de Septiembre existe una acreditada casa de la lonja, que suele estar llena de comestibles ybebidasespirituosas, me contaron según unas amables vecinas, que resguardadas presenciaron cómo iba el voraz elemento apoderándose del portal del edificio de enfrente.
A todo esto, en medio delasangustias de los vecinos que salían, caían estrepitosamente muchos muebles de los balcones a los adoquines: prendas, abrigos, armarios de luna, pianos de cola y cubiertos de plata, que al chocar
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